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Actualizado: 6 de junio de 2025


Si la historia, en vez de escribirse como un índice de los crímenes de los reyes y una crónica de unas cuantas familias, se escribiera con esta especie de filosofía, como un cuadro de costumbres privadas, se vería probada aquella verdad; y muchos de los importantes trastornos que han cambiado la faz del mundo, a los cuales han solido achacar grandes causas los políticos, encontrarían una clave de muy verosímil y sencilla explicación en las calaveradas.

Entonces una democracia nacida en los trastornos de la revolución y alzamiento nacional, fundaba el moderno criterio político, que en cincuenta años se ha ido difícilmente elaborando. Grandes delirios bastardearon un tanto los nobles esfuerzos de aquella juventud, que tomó sobre la gran tarea de formar y educar la opinión que hasta entonces no existía.

El legítimo obispo de Córdoba, Valencio, y el asidonense, Miro, pronunciaron en nombre de todos los prelados fieles la inocencia del abad: Servando y Hostegesio resentidos, maquinaron la deposicion de Valencio; sugirieron al rey que no podia haber paz mientras aquel no fuese depuesto, protestando que era la causa de todas las inquietudes y trastornos; decretóse lo que pedian, que era la celebracion de uno de aquellos conciliábulos no raros en tan infelices tiempos, y juntando precipitadamente unos cuantos obispos y clérigos de la faccion de la corte, lograron que pronunciasen sentencia de deposicion contra Valencio, poniendo en su lugar, con infraccion de todos los requisitos canónicos, á Esteban Flacco, persona de su confianza, cuya residencia establecieron en la iglesia de S. Acisclo por no atreverse á consumar su obra echando á Valencio de la catedral.

Á esta sazón llegó nueva de la muerte del Rey de Francia, y el Duque de Sessa retuvo los españoles, receloso de trastornos. Caminaron al fin los soldados á Génova; mas al llegar se encontraron con que el embajador Figueroa había despedido las naves que estaban fletadas y proveídas, en la creencia de no ser ya necesarias. Encontrar otras costó quince días y alojar á los soldados en tierra.

El arte, que sigue la misma marcha que los pueblos, habia ido degradándose en medio de tan graves trastornos, y al encargarse de edificar este palacio, no supo hacer mas que cubrirse de brillantes velos para ocultar su decadencia. Las lineas geométricas van dominando, las tradicionales perdiéndose en un confuso mar de adornos, faltos absolutamente de sentido.

Si es preocupacion, ¿cómo es que sea general á todos los tiempos y países? ¿quién la ha comunicado al humano linaje? ¿quién ha sido tan hábil y tan poderoso, para lograr que la adoptasen todos los hombres? ¿cómo se ha conseguido que las pasiones, hallándose en posesion de la libertad, renunciasen á ella, admitiendo un dique que les impide desbordarse, recibiendo un freno que de continuo las detiene y molesta? ¿Quién fué ese hombre extraordinario, cuya accion alcanzó á dominar todos los tiempos y países, las costumbres mas brutales, las pasiones mas violentas, los entendimientos mas obtusos, que pudo difundir la idea de un órden moral por toda la faz de la tierra, no obstante la diversidad de los climas, de las lenguas, de las costumbres, de las necesidades, de la variedad en el estado social de los pueblos, y que consiguió dar á esta idea del órden moral, tal fuerza, tal consistencia, que se conserva al través de todas las vicisitudes, á pesar de los mas profundos trastornos, entre las ruinas de los imperios, entre las fluctuaciones y transmigraciones de la civilizacion, permaneciendo como una columna que no pueden conmover las impetuosas olas de la corriente de los siglos?

Luego, de pronto, y en muy pocas semanas, su vida mudó por completo de rumbo. En pueblos y aldeas comenzó a notarse extraña inquietud y desusado movimiento, sustituyendo, a las conversaciones sobre el estado del campo o el cuidado de las haciendas, diálogos que expresaban, no temor, sino esperanza de próximos trastornos. Se sabían con indignación cosas irritantes, y se comentaban con ira.

No quedaba un trabajador en esta «tierra de todos» que no tuviese un trapo patriótico en el boliche. Antonio González había conocido antes que las cancillerías de Europa las banderas que años después iban á ser consagradas por los trastornos de la gran guerra. Todas las admitía: desde la de Irlanda libre á la de la República sionista que debía establecerse en Jerusalén.

Inmutable en su grosero pedestal, la estatua, que en anteriores siglos había asistido al tumulto de Oropesa y al motín de Esquilache, presidía ahora el espectáculo de la actividad revolucionaria de este buen pueblo, que siempre convergía á aquel sitio en sus ovaciones y en sus trastornos.

Pero algunos gritos, los empellones, y dos o tres disputas que se promovieron entre el gentío, iban empujando, mal de su grado, a la Tribuna hacia la vetusta escalera del taller, cuando en este se sintieron pasos que conmovían el piso, y un inspector de labores, con la fisonomía inquieta del que olfatea graves trastornos, apareció en el descanso.

Palabra del Dia

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