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Actualizado: 17 de junio de 2025
Bebió a grandes tragos el veneno de la herejía sin percibir su sabor, con la esperanza de que al agotar el vaso quedaría perfectamente tranquilo, seguro para siempre de la insensatez y maldad que encerraba todo lo que se opusiera a la Iglesia de Cristo. Mas ¡ay! no sucedió así. Al cabo de algunos meses la duda levantó su cabeza hedionda en su espíritu atribulado.
En la taberna hallé hasta media docena de individuos con trazas de personas decentes, que comían alcaparras y langostinos, remojándolos con tragos de manzanilla. Pregunté al chico si eran los que me habían convidado, y habiéndome respondido afirmativamente, le encargué que sacase unas copas de jerez, corriendo de mi cuenta.
Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba. ¡Dorotea! alcanzó a lanzar en un estertor. ¡Dame caña! Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno. ¡Te pedí caña, no agua! rugió de nuevo. ¡Dame caña! ¡Pero es caña, Paulino! protestó la mujer espantada.
Nos zampamos en un santiamén Marcial y yo las sobras, y seguimos el viaje, ellos a caballo, marchando al estribo, y nosotros como antes, en nuestra derrengada calesa. La comida y los frecuentes tragos con que la roció excitaron más aún la vena inventora del viejo Malespina, quien por todo el camino siguió espetándonos sus grandes paparruchas.
Fueles preciso beber por un mismo vaso, único que había, y Ana, que era asquillosa y aprensiva, prefirió echar tragos por la botella, sin recelo de cortarse con los agudos cristales del roto gollete. Sus carrillos chupados se colorearon, su lengua se desató más que de costumbre; y por vía de diversión empezó a coger tierra a puñados y a esparcirla por la cabeza de Borrén.
Sin temor ni escrúpulo de ninguna especie, violaban las reglas de buen comportamiento á que se sometían todos los demás, fumando á las mismas narices del alguacil de la población, aunque cada bocanada de humo habría costado buena suma de reales, por vía de multa, á todo otro vecino de la ciudad, y apurando sin ningún reparo tragos de vino ó de aguardiente en frascos que sacaban de sus faltriqueras, y que ofrecían liberalmente á la asombrada multitud que los rodeaba.
Ellos bien debían notar los fieros tragos del caldo y el modo de agotar la escudilla, la persecución de los huesos y el destrozo de la carne. Y si va a decir verdad, entre burla y juego, empedré la faltriquera de mendrugos. Levantóse la mesa, apartámonos yo y el licenciado a hablar de la ida en casa de la dicha. Yo se lo facilité mucho.
Junto á los toneles y como presidiendo la reunión, hallábanse el portaestandarte Reno, Simón, Tristán y otros tres ó cuatro arqueros veteranos, amén del valiente Golvín, capitán del Galeón Amarillo, que había ido á tomar unos tragos en compañía de sus alegres compañeros de viaje antes de emprender el de regreso á Inglaterra.
Privada Lucía de gustar de la negra infusión, y no ignorante de los tragos que de ella se echaba su padre al cuerpo todos los días, dio en concebir que el tal brebaje era el mismo néctar, la propia ambrosía de los dioses, y sucedíale a veces decir a Rosarito o a Carmela: Deja, que en casándome, yo tomaré café. ¡Pues no!
Mas duróme poco, que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel menester tenía hecha, la cual, metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches.
Palabra del Dia
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