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Horas después, todavía los ojos, las mejillas, la boca, la posición de cabeza, torso y brazos, eran como signos gráficos de fácil interpretación, en donde se podía leer un traslado de las divinas palabras: Tristis est anima mea usque ad mortem; triste está mi alma hasta la muerte.

Todas se hacían lenguas de él y le pregonaban como uno de los hombres más agradables que hubiesen conocido en su vida. Después de varias tentativas había logrado tener un aparte con la novia. Allá lejos, al pie de un árbol, charlaban los dos animadamente; él inclinando su gran torso para ponerse a la altura de ella, en actitud insinuante; ella risueña y tan roja como una amapola.

Sus bigotes cerdosos, unidos a las patillas, son ya más blancos que negros. Viste zamarra negra y cubre su cabeza una gran boina roja cuya borla cae arremolinada, unas veces sobre las orejas, otras sobre las narices, según los movimientos que imprime a su torso de ogro. Hace largo rato que guardan silencio.

Poco después, aburrido de la conversación, o quizá por su característica necesidad de variar de compañía, se vino hacia él con su paso silencioso de gato, balanceando gentilmente el torso. ¿Qué hay, hombre feliz? dijo sentándose enfrente. A nadie envidio hoy en Madrid más que a usted. ¡Qué buenos ratitos! ¿eh?

Ambos eran bajos de estatura y no muy corpulentos. Sin embargo, Plutón, aunque de piernas flacas, tenía el torso robusto, los brazos largos, la mirada dura, insolente, denotando su estructura de mono bastante agilidad y fuerza. Nolo de la Braña pagó la mirada agresiva y sarcástica de los mineros con otra de curiosidad no exenta de desprecio.

¡Compañero, qué rozario! exclamó Valero en el colmo de la indignación. ¿Le quea a uzté todavía algún novenario en la boca? Con la algazara que se armó despertose Manín, desperezose bárbaramente, abrió una bocaza de media vara, dejando escapar un aullido formidable, que impresionó al auditorio. Luego volvió el ciclópeo torso de medio lado y se dispuso a empalmar el sueño.

El asistente, obedeciendo las órdenes de su capitán, comenzó á descargar golpes en la sillería del coro, y después que hubo reunido una gran cantidad de leña que fué apilando al pie de las gradas del presbiterio, tomó la linterna y se dispuso á hacer un auto de fe con aquellos fragmentos tallados de riquísimas labores, entre los que se veían por aquí parte de una columnilla salomónica, por allá la imagen de un santo abad, el torso de una mujer, ó la disforme cabeza de un grifo asomado entre hojarasca.

No le queda más que , y serás al cabo el que se coma la breva... Además, por más que otra cosa digan, a las mujeres les gustan los hombres como , robustos... porque eres un roble, chico añadió volviendo hacia él la cabeza con admiración. Granate dejó escapar un mugido corroborante. El marica le pasó las manos por el torso, como profundo conocedor de las formas masculinas.

Su boca, abierta para respirar ansiosamente, dejaba ver la limpia y firme dentadura, la rosada sombra del paladar y de la lengua; su impaciente y rebelde cabello se salía a mechones de la gorra, como revelación traidora del sexo a que pertenecía el lindo grumete, si ya la suave comba del alto seno y las fugitivas curvas del elegante torso no lo denunciasen asaz.

Emma se encerraba en su alcoba; se miraba en el espejo de cuerpo entero, en ropas menores, hasta sin ropa..., se examinaba detenidamente, se medía, se comparaba con otras, sacaba proporciones de ancho y de largo de su torso y de cuantas partes de su cuerpo creía ella, en sus vagas nociones de tocología instintiva, que eran capitales para el arduo paso.