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Después de entrar en ella e informarse de que la señorita no estaba, subió lentamente hacia la iglesia, y al pasar por delante de ella y ver una cruz de hierro que hay en el atrio, vínole al pensamiento la idea de que debía haberse traído el revólver. Retrocedió, y a mitad del camino acordose de que su mujer había guardado el arma. ¡Qué tonto estuvo él en permitírselo!

Tal vez un diplomático que va en misión secreta, y por eso huye de la gente; algún financiero que viaja para comprar de golpe todas las vías férreas de América y teme que le pillen el secreto; un empleado infiel que se lleva la caja y tiene el camarote abarrotado de sacos de oro. ¡Lástima no saberlo con certeza!... Aquí hay misterio, un misterio gordo, a lo Sherlock Holmes; y lo más extraño es que cuando le pregunto al mayordomo del buque, él, tan amigacho mío, se hace el tonto, como si no me comprendiese... Verá usted, Ojeda, cómo algo ocurre con este hombre antes de que termine el viaje.

Era de ver aquel viejo de cascos ligeros, tonto y baboso, que había vivido dominado por una vieja perversa casi toda su vida, al lado de una criatura, llena de vida, de juventud y de belleza, creyéndose capaz, el pobre, de haberle inspirado una pasión.

¡Entra, tonto! ordenó imperiosamente con voz enronquecida al notar su vacilación .

No vale el jurarme que no había nadie. Pues qué, ¿no tengo yo oídos?... ¿Estoy yo tonto?». Decía esto sentado al borde del lecho, la vela en la mano, mirando a su mujer, que continuaba fingiéndose dormida, con la esperanza de que se aplacara. Pero esto no era fácil, y una vez desatada la insana manía, ya había jaqueca para un rato.

La hija de este matrimonio era un progreso vivo sobre sus padres: entre un rico tonto, apergaminado, achacoso, y un advenedizo de buena estampa, pero pobre, plebeyo y listo, prefería bailar con el segundo, y en sus ambiciones de muchacha optaba por vivir acompañada de un hombre a quien quisiera, antes que por la boda con un heredero escrofuloso de respetabilísima alcurnia.

Y parisiense, respondí ¿Sabes quién es? Cáspita, es mi mejor amigo Tráemele bromeas. Si Tragomer te gusta, espera que yo me vaya." Jenny me llamó tonto. Yo no podía contarle que si no quería ser visto con ella era porque me iba á casar y salí del paso fingiendo una escena de celos.

Y salió el señor cura de la montaña satisfecho de mismo, confiado en la palabra de honor de aquel señor soso y casi tonto, que, a pesar de todo, tenía cara de honrado y de persona formal. Se puede ser fiel a la palabra y tener pocos alcances, se decía el clérigo bajando la escalera. A Bonifacio se le había ocurrido, ante todo, ver en aquello que él llamaba casualidad la mano de la Providencia.

Ana dio un grito, tuvo miedo. Se le figuró que aquel sapo había estado oyéndola pensar y se burlaba de sus ilusiones. ¡Petra! ¡Petra! La doncella no respondía. El sapo la miraba con una impertinencia que le daba asco y un pavor tonto. Llegó Petra. Venía sudando, muy encarnada, con la respiración fatigosa. Le caían hasta los ojos rizos dorados y menudos.

Entonces yo me incliné aún más, mucho más, metí las manos suavemente por debajo de tu cabeza y la aproximé mucho, muchísimo á la mía. Después hice una cosa que quisiera estar haciendo á todas horas... ¡Qué tonto eres! dijo la niña ruborizándose. El once; el cuarenta y tres; el setenta pelado, y revuelvo gritó Paco.