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Actualizado: 16 de octubre de 2025


Y Tòni contraía el peludo rostro con sonrisa de gula viendo por anticipado el restorán famoso del puerto, sus salones crepusculares oliendo á marisco y á salsas picantes, y sobre la mesa el hondo plato de pescado con un caldo suculento teñido de azafrán. Pero ahora Ulises había perdido su vigorosa alegría de vivir. Contemplaba la ciudad con ojos amorosos pero tristes.

Mientras estaba en reparación había podido tolerarse la conducta del capitán. Los ingleses pagaban decía Tòni . Pero ahora no paga nadie, el barco está sin ganar, y gastamos todos los días... ¿qué es lo que gastamos? Calculaban él y el cocinero detalladamente el costo del sostenimiento del vapor, asustándose al llegar al total.

Tòni, me haces daño. Eso es lo que deseaba el fantasma, hacerle daño. Y pareciéndole aún poco, con sólo su mirada arrebató los trapos y vendajes de su herida, que volaron y se esparcieron. Luego hundió sus uñas crueles en el desgarrón de la carne y tiró de los bordes, haciéndole rugir: ¡Ay! ¡ay!... ¡«Pimentó», perdónam!

Al fin, el capitán acabó por reírse de las recomendaciones de Freya. «¡Mentiras suyas!... Invenciones para interesarme y que la lleve conmigo. ¡Ah, embusteraUna mañana, al pisar la cubierta de su vapor, Tòni se acercó á él con aire misterioso. Su rostro tenía una, palidez de ceniza. Cuando estuvieron en el salón de popa, el segundo habló en voz baja, mirando en torno de él.

Luego te contaré cómo ha sido esto... Creo que no les quedarán ganas de repetir. Quedó pensativo un instante. De todos modos, conviene que nos vayamos pronto de este puerto... Ve á ver á nuestra gente. ¡Que ninguno hable!... Llama á Caragòl. Antes de que saliese Tòni, surgió de la obscuridad la cara esplendorosa del cocinero.

Entró en el salón de popa jadeando todavía, y tomó asiento. Al quedar bajo el ruedo de luz pálida que derramaba sobre la mesa una lámpara colgante, Tòni se fijó en su hombro izquierdo. ¡Sangre!... No es nada... Un simple rasguño. La prueba es que puedo mover el brazo. Y lo movió, aunque con cierta dificultad, sintiendo la pesadez de una hinchazón creciente.

Y Caragòl, presintiendo en esto un elogio, contestaba gravemente: «Así es, mi capitánTòni y los otros oficiales masticaban con la cabeza baja, interrumpiéndose únicamente para lamentar que el viejo se hubiese quedado corto al medir la ambrosía. El aceite era para él tan precioso como el arroz.

La marina dilatación hasta había arrojado el cuerpo de un niño de pocos años sin cabeza. Era más horrible, según Tòni, contemplar este espectáculo desde tierra que yendo en un buque. Los que navegan no pueden ver las últimas consecuencias de los torpedeamientos lo mismo que los que viven en la orilla, recibiendo como un regalo de las olas este continuo envío de víctimas.

Calló, mirando fijamente á su subordinado, mientras le sonreía para vencer sus escrúpulos. Durante unos segundos no supo qué creer. Tòni permanecía pensativo, con los ojos bajos. Después se enderezó poco á poco; abandonando su asiento, y dijo simplemente: ¡No! Ulises abandonó igualmente su sillón giratorio á impulsos de la sorpresa. «¿No?... ¿Por qué

Los ojos de Tòni, cada vez más hinchados y vidriosos, acabaron por soltar una lágrima... ¡Separarse así después de una vida fraternal en la que los meses valían por años!... Avanzó tímidamente para apoderarse de una de las manos de Ferragut, blanda, desmayada, inexpresiva. Su frío contacto le hizo vacilar.

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