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Actualizado: 28 de mayo de 2025
De noche doña Andrea, que como a la menor de sus hijas la tuvo siempre en su lecho, no bien la veía dormida, la descubría para verla mejor; le apartaba los cabellos de la frente y se los alzaba por detrás para mirarle el cuello, le tomaba las manos, como podía tomar dos tórtolas, y se las besaba cuidadosamente; le acariciaba los pies, y se los cubría a lentos besos.
Vi entonces, suspendida del biombo, una corona de yedra que no había visto hasta ese día, una corona igual a la que yo tenía costumbre de enviar los días de gran fiesta a la tumba de mis padres. Quizá provenía de allí. En ese momento parecía trenzada de llamas; todo en ella tomaba una vida fantástica.
Le tomaba la mano, le miraba con indecible ternura, le sonreía embelesada, le aplaudía como sentencias punto menos que divinas todas sus frases, y buscaba su conversación y se hechizaba con ella.
Estoy muy ocupada en ordenar mis anteriores diarios, lo cual hace que vuelva a leerlos con interés. Esta lectura me llena cada día más de reconocimiento por todas las gracias que he recibido de Dios, y me arrepiento por haber adelantado tan poco en la piedad y el bien, después de las mejores intenciones y resoluciones que yo tomaba frecuentemente con escaso provecho.
El argumento de la comedia que se representaba estaba sacado de las aventuras de Amadís de Gaula; los papeles eran desempeñados por los señores y damas principales de la corte, contándose entre ellas la misma Reina; en cuanto el Rey aparecía y tomaba asiento en el trono, dispuesto delante de la escena, saludábalo una música.
Tan distraída estaba, de tal modo se le escapaba el pensamiento para entregarse a su viciosa maña de reproducir escenas y hechos pasados, presentes y futuros, el habla y figura de distintas personas, que no atendía a la lección más que con los ojos y con un mutismo respetuoso que Relimpio tomaba por la mejor forma de atención posible. Empezaba el verano.
Es simplemente el mayordomo que tenía la difunta en su hotel de la Avenida del Bosque... Un majestuoso doméstico, que sabe guardar las distancias lo mismo que un diplomático, y por eso se mantenía aparte, con un digno espíritu de clase. ¡Y yo que tomaba esta tiesura por orgullo! El recuerdo de sus pasadas curiosidades surgió en Maltrana como un remordimiento.
Un malestar inexplicable que a veces tomaba formas como de entusiasmo, a veces como de abatimiento letal, actuaba sin cesar dentro de él, absorbiendo todas sus fuerzas y pensamiento. Repitiole el ataque epiléptico, y cuando le pasó, disparataba cual si hubiera perdido la razón. Durmió luego profundamente; levantose alegre, salió, y dirigiéndose al Rastro detúvose en un puesto a comprar algo.
Cuando tomaba asiento en la terraza de un café del Borne formábase en torno de él un apretado círculo de oyentes, que sonreían ante sus ademanes enérgicos y su voz ruidosa, incapaz de sonar en tono discreto. Yo soy chueta, ¿y qué?... ¡Judío de lo más judío!
Y esta conciencia la tomaba él como punto de apoyo, sobre el cual y con toda certeza, pudiera levantar de nuevo el edificio de las ciencias, Locke y Condillac no han hecho otra cosa: han seguido un camino muy diferente del de Descartes: pero el punto de partida ha sido el mismo.
Palabra del Dia
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