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Pero ¿cómo aclarar esta duda en el acto, sin descubrir el misterio de mis intenciones? Y, sin embargo, aquello no podía quedar así; porque yo necesitaba tener ese hilo principal en la mano para tirar de él cuando me diera la gana, o para no tirar nunca si me convenía más.

Al llegar a la puerta de la escalera y al tirar del pasador, el joven vió asomar la cabecita curiosa de su hermana en el fondo del pasillo. Ven aquí, Aurelia le dijo. Pero la niña no hizo caso y se retiró velozmente. Aurelia, Aurelia. Bien a su pesar, ésta salió al pasillo y avanzó hacia ellos sonriente y roja como una cereza.

En suma: que, o me engañaba mucho mi bien acreditada experiencia en esos lances, o podía tirar del hilo a mi antojo cuando me diera la gana. Estaba, pues, en las mejores condiciones imaginables para hacer un alto en mi empresa y examinar el terreno tranquilamente y a mi gusto. Sobre si este modo de pensar era más o menos honrado y decente, no me puse a discurrir, la verdad sea dicha.

El gran cirujano hizo sus tres trazos y el enfermo dejó de cantar. Se le va el pulso observó un ayudante. Otro ayudante cogió con unas pinzas la lengua del pobre hombre, y se puso a tirar de ella desesperadamente, pero todo fue inútil. Al poco rato el enfermo había muerto. ¡Qué lástima! exclamó uno.

¡Qué cena, señor Cornelio!; ¡chuletas deliciosas, como las del cerdo!; ¡cosa algo mejor que las palomas a que ibais a tirar! Avanzando por entre las lianas, llegó Cornelio hasta donde yacía el animal, que estaba completamente inmóvil.

Aquellas buenas gentes, digo, unas subían a las más altas crestas de los montes, para divertir los ojos en la sosegada llanura del mar, que allá al lejos se parecía; otras se entraban por entre las arboledas y frutales de tanto huerto y jardín como cercaban la aldea, y aquí o allá grupos de mancebos granados o muchachos de corta edad se entretenían en jugar al mallo y en tirar la barra, o en soltar al aire pintadas pandorgas con la mayor alegría del mundo.

¡Y qué importa que se enfade! respondió con alguna aspereza el joven. Es que me va a echar la culpa a . Bien, pues dile que he sido yo y asunto arreglado. Entró en la alcoba, levantó las cortinas del lecho, tomó en la mano los libros que había sobre la mesa de noche, tornó a dejarlos y concluyó por tirar del cajón de la mesilla.

Y recordó algunas escenas que presenciara, en las que se demostraba ese geniazo de la Pepa. ¿No había llegado una vez a tirar una cacerola a la cabeza de su marido, el cochero de la casa, porque éste pellizcara a Juana, la hija del capataz?... ¡Cómo había cambiado esta mujer bajo el dominio fascinante del Chucro!...

De este matrimonio nació el Tuerto de la buhardilla, quien al lado de su padre aprendió á tirar del remo, á aparejar sereña, á ser, en fin, un buen pescador.

Antes de partir, el doctor habló con Guillermina en la sala, diciéndole que aquello no podía menos de acabar mal, y que a todo tirar, tiraría dos días... Acercábase Fortunata para enterarse de esto, cuando vio entrar inesperadamente a una persona cuya presencia le hizo el efecto de una descarga eléctrica. «¡Jesús, esa mona otra vez...!, yo me voy».