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Actualizado: 11 de noviembre de 2025
Echeloría fue a Málaga varias veces, con su padre y con su novio, a recorrer dichas tiendas y a comprar galas para el suspirado día del casamiento. Hallábase a la sazón en Málaga uno de los más audaces y sabios marinos que había entonces en el mundo: el célebre Adherbal.
Viendo la batalla perdida, y que las armas Catalanas lo ocupaban todo; un Masageta mozo valiente y bravo, quiso acudir al remedio de la huida, mas por librar á su mujer hermosa y de pocos años, que por temor de perder la vida, con la priesa que el peligro pedia, sacó su mujer de los reparos y tiendas, donde todo andaba ya revuelto con la sangre y con la muerte y puesta sobre un caballo, el primero que el caso le ofreció, y él en otro; tomaron el camino del monte.
Salgamos á dar una vuelta por las calles de Madrid. Su movimiento es interesante. El aspecto material de las calles tiene bien poco de importante, porque Madrid por ese lado es una mala copia de Paris. Hoteles y cafés, almacenes y tiendas, casas y coches, todo se parece en su exterior, si es nuevo.
Y en vez de dirigirse á su casa, que ya no estaba lejos, se encaminó hacia las Barquillas de Lope, donde esperaba sorprender al infiel. Antes de llegar allá su cuerpo chorreaba. Atravesó á la intemperie la plaza del Balón, y por una pequeña travesía entró en las Barquillas. Habita allí gente pobre; las viviendas son pequeñas, sucias: hay algunas tiendas de vinos y comestibles.
Seguros los grandes de que tarde o temprano se fijaría el Rey en otra parte, hacían, en vez de casas, enormes pabellones o tiendas de campaña, empleando en vez de lienzo y tablas el ladrillo y el yeso.
Se les veía igualmente en los tranvías o estacionados en las puertas de tiendas y cafés. Saludábanse con espontáneo gozo, manoteando y gritando cual si fuesen compatriotas que se tropezaban después de larga ausencia. Alarmado Fernando por estos encuentros, recomendó a la joven cierta prudencia en su actitud. Podían verlos: después serían los comentarios en el buque.
No, no iré... Yo no tengo derecho a entrar en vuestras casas. Sois los hijos, los sucesores de aquellos comerciantes de mi casta, viejos compañeros que antes morían que faltar a la honradez. No podría entrar en vuestras tiendas: soy el dueño de Las Tres Rosas, un quebrado, uno a quien embargan y que ningún comerciante honrado puede considerar como amigo.... ¡Ay, mi pobre tienda...! ¡Te has lucido, Eugenio! Sesenta años de honradez inquebrantable, llegar a una edad a que pocos llegan, y todo ¿para qué? Para ver desmoronarse en un día lo que tanto me costó de edificar.... Pero ¿en qué tiempos estamos? ¿Qué hombres son estos que se juegan el porvenir, la tranquilidad de la familia, que pierden la honra y huyen tan frescos? La maldita ambición de subir y el salirse de la esfera los pierde a todos....
Al ver, pues, las miserables tiendas, las fachadas mezquinas y desconchadas, los letreros innobles, los rótulos de torcidas letras, los faroles de aceite amenazando caerse; al ver también que multitud de niños casi desnudos jugaban en el fango, amasándolo para hacer bolas y otros divertimientos; al oír el estrépito de machacar sartenes, los berridos de pregones ininteligibles, el pisar fatigoso de bestias tirando de carros atascados, y el susurro de los transeúntes, que al dar cada paso lo marcaban con una grosería, creyó por un momento que estaba en la caricatura de una ciudad hecha de cartón podrido.
Porque ¿qué culpa tenía Carlota de que se levantase a las seis de la mañana, habiéndole dicho la noche anterior que oiría misa a las diez en el Sacramento? ¿Ni por qué pedía a grandes voces el almuerzo a las once, si le constaba que hasta las dos lo menos no había de salir de tiendas D.ª Carolina con sus hijas?
Pregunté el camino al conductor y, contando para lo demás con las descripciones de Marta, me puse sola en marcha. En las puertas bajas de las tiendas había grupos de personas que conversaban. Por delante de mí, algunos paseantes avanzaban tranquilamente, a pasos lentos.
Palabra del Dia
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