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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Más de un año hacía que no la había visto. ¿Cómo le iba a la abuela con el señor Polo? Un día que tuviese humor, tal vez se decidiera a ir a Tetuán. Ya no conocía a las gentes de allá. Madrid terminaba para él en el Café de San Millán, donde se reunía con ciertos amigotes para admirar a las hembras de la plaza de la Cebada.

En el barrio de las Carolinas, más allá de Tetuán, albergue de las gentes de la busca, tenía a su abuela, la señora Eusebia, conocida por la Mariposa, una de las traperas más antiguas. Maltrana iba a verla en su casucha de ladrillos, que pasaba por ser el mejor edificio del barrio, y eso que el joven podía tocar con las manos su alero de tejas viejas.

El señor Manolo se presentó varias veces en la casa para dar cuenta a los dos jóvenes de la exigua herencia del Mosco. Iba vendiendo a las gentes de Tetuán los famosos perros del dañador, sus enseres de caza, todo lo que contenía la casucha de las Carolinas. Llegó a reunir así unos sesenta duros, que entregó a Feli, guardándolos ésta sin decir nada a Isidro. Bien necesitaban el dinero.

En el fondo el valle, las costas y la ciudad de Malaga; más adelante los desiertos resplandecientes del Mediterráneo estrechado por dos continentes; á lo lejos, visibles solo con el auxilio del anteojo, las montañas azules del África, vagas, entrecortadas y confusas, hacia la costa de Tetuan; y todo cubierto por un cielo azul claro precioso é iluminado por un sol casi tropical: el magnífico sol africano!

Los domingos, empezaba a oírse desde las dos el tambor que ameniza el Tío Vivo y balancines que están junto al Depósito de aguas. Este bullicio y el de la muchedumbre que concurre a los merenderos de los Cuatro Caminos y de Tetuán, duraba hasta muy entrada la noche.

De vez en cuando circulaba entre ellos un soplo de esperanza. Madrid iba a tener un gran matador. Acababan de descubrir a un novillero, hijo de las afueras, que, después de cubrirse de gloria en las plazas de Vallecas y Tetuán, trabajaba los domingos en la plaza grande en corridas baratas. Su nombre se hacía popular.

»Te aseguro que penetré en su alcoba con este propósito tremendo. Ríete ahora. Es muy cómico, es jocoso lo que te voy a decir. Yo no uso armas, no tengo más que una gumía que me trajo de presente un oficial amigo, que fué de los que entraron en Tetuán. Con dicha gumía quería yo matarla. La llevaba yo desnuda en la mano derecha; en la mano izquierda llevaba la palmatoria.

Unos vivían en Tetuán, dedicados a la busca; los de la otra rama, más acomodada y feliz, hacía años que se habían trasladado al Rastro, y tenían tiendas en las Américas.

Paños, terciopelos y rasos, recamados y bordados de oro con tanta gracia como profusión; encajes, tules, preciosas cintas, ricas joyas y otros accesorios de gran mérito y coste componían aquel raro uniforme femenino, que me recordó los trajes que las judías ricas sacaban á relucir los sábados en Tetuán.

El criterio que acerca de este punto ha tiempo abrigábamos, vímoslo comprobado en una excursión que hicimos á Tánger y á Tetuán.

Palabra del Dia

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