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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Tan alta posición no le ensoberbeció nunca, y se valió de ella para hacer bien a no pocas personas, y singularmente a otros sabios, literatos y poetas, con noble emulación a veces, con envidia nunca. La misma amistad profunda y durable, que Goethe supo inspirar a multitud de personas, compartiéndola, prueba que había calor y ternura en su alma.
En vano protesta Don Fernando contra las mentiras de su criado; el anciano lo interpreta como una nueva prueba del triste estado de su espíritu, efecto de su dolencia, y lo abruma con demostraciones de ternura paternal y de cuidados por el restablecimiento de su salud.
En efecto repuso el ingeniero , esa niña parece que acaricia con los ojos cuanto mira. Al mismo tiempo propendían a quedársele húmedos, lo cual aumentaba aún más su brillo y su ternura.
¡Cuánto han tardado! dijo Marta que estaba en el terrado, con su delantal blanco, y nos sonreía desde lejos. Cuando la vi, experimenté el sentimiento de que toda la ternura que yo pudiera prodigarle, sería poca. Me precipité hacia ella y la besé impetuosamente. Pero, al mismo tiempo tuve pena, pues me parecía que así borraba de mis labios el beso de Roberto.
La doncella italiana, con los ojos desmesuradamente abiertos por el susto, quedó ante la pobre mujer consolándola con palabras sueltas que le arrancaba la lástima «¡Povera! ¡poverina!... ¡coraggio!» Y la hortelana, en medio de su desfallecimiento, abría los ojos para mirar a la extranjera, no comprendiendo las palabras, pero adivinando su ternura. La señora salió a la plazoleta.
Manso, pacífico, benigno, Valentín hubiera apurado un cáliz de hiel y veneno al oir mi revelación; no hubiera sido mi juez inexorable, sino hubiera acabado de ser mi víctima, y yo, réproba, llena de satánica soberbia, hubiera ahogado el manantial de la compasión y de la ternura con desdén, hasta con asco, de una resignación santa, que el demonio mismo me hubiera pintado como enervada flaqueza.
Hablaba con ternura infantil de Chifón, un gato obeso y lustroso, y de dos canarios que había confiado a la portera.
Razón tienen vms., dixo Candido; así me lo ha dicho mil veces el señor Panglós, y ya veo que todo está perfectísimo. Le ruegan que admita unos escudos; los toma, y quiere dar un vale; pero no se le quieren, y se sientan á la mesa. ¿No quiere vm. tiernamente?... Sí, Señores, respondió Candido, con la mayor ternura quiero á la baronesita Cunegunda.
De aquel filántropo, que ofrendó á la caridad un inolvidable y largo poema de buenas acciones, heredó su hijo la delicadeza sentimental, la exaltada ternura femenina que aroman toda su obra y ponen en cada una de sus estrofas la fragancia de una lágrima y el bálsamo evangélico de una caricia. Nació Edmundo Rostand en Marsella en 1868.
»Pero no... yo no hubiera podido maltratarla. Mi corazón es todo ternura... todo vileza para con ella. No soy un hombre... soy un niño... un esclavo. »Es menester que lo sepas todo. Quiero que te compadezcas de mí; hasta de lo ridículo que en mí hay. Ríete también... soy digno de compasión y de risa. »Aquella noche de mi simulada partida entré en casa misteriosamente.
Palabra del Dia
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