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No había necesidad de eso. No tengo ningún deseo de ir. Si quieres que esté aquí hasta que amanezca, aquí estoy... Y a no me gusta ni me gustará jamás otra mujer que . La firmeza y sinceridad con que pronuncié estas últimas palabras la conmovieron. Me apretó la mano con ternura y dijo, sacando otra vez la corbata por la reja: Toma; tengo confiansa en ti. Quédate con ella.

»¿Cuándo se celebrará? me preguntó. »Mañana, si quiere. »Estrechó mi mano con una expresión de ternura y de reconocimiento difíciles de explicar. »Hasta mañana me dijo, y separose de para entrar en su habitación. »La mañana siguiente, poco antes de la hora en que debíamos vernos, se presentó Gerardo, pidiendo ver a su hijo.

Y el corazón le decía que ya no tenía hermana; que todo el amor, toda la ternura de María iba a evaporarse muy presto, como una esencia divina, en las profundidades de un nosequé misterioso y vago totalmente incomprensible para ella. Cuando el tocado estaba a punto de terminarse, penetró en la sala un joven con la violencia de un golpe de viento.

A través de los cristales, Raúl seguía con mirada curiosa al padre y a la hija, a quienes veía bajo un nuevo aspecto. ¡Qué ternura, en efecto, en los menores ademanes del anciano, en el largo beso que depositaba en la frente de su hija cuando ésta se iba muy alegre hacia sus compañeras y en la mirada con que le envolvía al desdoblar maquinalmente «Le Temps» del día anterior!

El pavimento del nuevo templo no sería de baldosa común, como el de Sarrió, sino de azulejos; los altares vendrían tallados de Italia, los cristales de Londres; el altar mayor sería todo de mármol. Cada uno de estos pormenores, repetidos de boca en boca, les hacía derramar lágrimas de ternura.

Suavizado por la familia, por la inocencia del niño, por la ternura de la mujer, el hombre se interesa primero en las cosas de la humanidad: vese entonces que las almas tienen su sexo y sienten muy diversamente.

Las finas siluetas de hijos de familia, holgados dentro del smoking, hacían resaltar la fuerza muscular de Juan. Sus anchas espaldas, su rostro enérgico tenían cierta belleza, una belleza viril que hacía dominante su mirada luminosa, súbitamente dulcificada, hasta la más infinita ternura, cuando se posaba sobre María Teresa.

Ulises interrumpía estas imágenes de futura grandeza: Quiero ser capitán. El poeta aprobaba. Sentía el irreflexivo entusiasmo de todos los pacíficos, de todos los sedentarios, por el penacho y el sable. A la vista de un uniforme, su alma vibraba con la ternura amorosa del ama de cría que se ve cortejada por un soldado.

Llegada la edad de la razón, Juan y Pedro fueron buenísimos para ella. Sus corazones no cesaban de brotar y consagrarle nuevos tesoros de ternura. ¿Quién la quería mas? Era imposible averiguarlo. Del carácter sensato y juicioso del uno, de las genialidades prontas e irreflexivas del otro, surgían continua e inesperadamente pruebas de amor filial.

Por eso salió muy ufano á la calle, reunió á los suyos, contólos uno á uno, miró á Cafetera con un poquillo de ternura, y con otra seña muy expresiva los arrastró á todos á la taberna de enfrente, en la que entró gritando: ¡Seis tazas de café y seis copas de anisao!