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Recordaba con rabia la dependencia servil con que el interés y la gratitud le tenían ligado al cacique, el yugo antinatural que le había impuesto su hija, los desdenes que Juanita le había prodigado y los favores con que a don Andrés regalaba.

Era de ver a los que no tenían cama llegar y asir de los pies al acostado y sacarlo arrastrando en medio de la sala y encajarse en la cama, y aquél asir de otro para acomodarse.

El tiempo, entretanto, continuaba su obra devastadora; pasaron los años, muchos, cerca de cuarenta, y una mañana la Camargo lloró ante el espejo viendo que sus mejillas habían perdido su frescura, que sus ojos no tenían brillo y que eran grises sus cabellos. Entonces, majestuosa y triste como una reina que abdica, pidió su retiro, que Luis XV la otorgó con una pensión vitalicia de 1,500 libras.

Sus canoas eran, como hoy en dia, muy largas y angostas; sus trages parecidos á los de los otros indios de la provincia: llevaban la cara pintada, y en los dias de gala se adornaban la cabeza con plumas artísticamente colocadas. A decir verdad, su gobierno se reducia á nada: los caciques no tenian la menor autoridad, y su cargo se limitaba á capitanear las huestes que se encaminaban al combate.

Sus mejillas se teñían de púrpura a cada pulsación de su palpitante corazoncillo; sus pequeños y apasionados labios se abrían ligeramente para dar paso al entrecortado aliento; sus grandes y abiertos ojos se dilataron y se arquearon sus cejas frecuentemente.

Aquella era la seña que tenían concertada en el teatro de Madrid, para conocer que él había llegado y que esperaba en el pasillo. Cristeta, entre acobardada y gozosa, se dejó caer en una butaca. Estaba sola, y don Juan a dos pasos. Sólo les separaba un miserable pestillo, que con el dedo meñique podía descorrerse.

He hablado un minuto con ella, ponga dos, tres, en su propia casa, y nada más. No tengo, por lo tanto, le repito por décima vez, inclinación particular hacia ella. Es raro, profundamente raro... murmuró el hombre, mirándome fijamente. Comenzaba ya a serme pesado el galeno, por eminente que fuese y lo era, pisando un terreno con el que nada tenían que ver sus aspirinas.

Creo que nos entenderemos, que viviremos como buenos cristianos, en santa paz. El señor Vicente entró a detallar su futura vida. Libertad completa para todos. Ellos tenían su llave, y él guardaba la suya. Cada uno podía entrar y salir cuando quisiera. No hacía falta llamarse mas que en casos de necesidad, como buenos hermanos. El se acostaba muchas veces cuando aún había sol en el horizonte.

Las jugadoras modestas sentían el capricho de un sombrero caro á la salida del Casino; los que necesitaban continuar sus combinaciones con nuevo capital no tenían mas que dar unos cuantos pasos para empeñar la alhaja; en los escaparates de las joyerías, el collar de perlas de un millón, las esmeraldas de trescientos mil francos, se exhibían durante el invierno, exacerbando el capricho femenil, y en verano emigraban á los balnearios célebres, para continuar su deslumbradora y muda tentación.

Apenas puso el Infante el pie en tierra, cuando las diez galeras Venecianas dieron sobre las del Infante, y el vajel de Montaner, donde acudió mucha gente, porque tenian noticia que habia dentro grandes riquezas. Mataron al entrar, cerca de cuarenta hombres que se quisieron defender, y al mismo tiempo prendieron al Infante, con hasta diez de los más principales que estaban en su compañía.