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Cuando su padre supo que había estado vagando por el país con su camarada Clark, metiéndose por todas partes, y posando en las casas de los campesinos, le dijo: «¡Dudo mucho, señor, de que sirva Ud. más que para cola de caballoDe su facilidad para los cuentos, el mismo Scott dice que en las horas de ocio de los inviernos, cuando no tenían modo de estar al aire libre, mantenía muchas horas maravillados con sus narraciones a sus compañeros de escuela, que se peleaban por sentarse cerca del que les decía aquellas historias lindas que no acababan nunca.

Nos mandará acá una pareja de orden público, y en cuanto llegue hombre o mujer de malas trazas con papel o recadito, me lo trincan, y al Saladero de cabeza». Mejor que este plan era el que se le había ocurrido a la señora. Tenían tomada casa en Plencia para pasar la temporada de verano, fijando la fecha de la marcha para el 8 o el 10 de Julio.

Estaba a la sombra de robustos castaños, que tenían la corteza acribillada de cicatrices en forma de iniciales y algunas expresando nombres enteros.

1 Y los hijos de Rubén y los hijos de Gad tenían muchísimo ganado; los cuales viendo la tierra de Jazer y de Galaad, les pareció el lugar, lugar de ganado. 2 Y vinieron los hijos de Gad y los hijos de Rubén, y hablaron a Moisés, y a Eleazar el sacerdote, y a los príncipes de la congregación, diciendo: 3 Atarot, y Dibón, y Jazer, y Nimra, y Hesbón, y Eleale, y Sebam, y Nebo, y Beón,

»Sin duda alguna, á la celebridad de este acontecimiento y á la veneración en que los naturales de la Vera tenían la Ermita del Salvador, debióse que por entonces resolvieran trasladarse á ella y establecerse allí dos santos anacoretas que moraban hacía tiempo en la ermita de San Cristóbal de Palencia.

Los ingleses tenían gran empeño en ello, porque querían llevar por trofeo a Gibraltar el más grande navío hasta entonces construido. Por esta razón trabajaban con tanto ahínco en las bombas noche y día, permitiéndonos descansar algún rato.

Pero las pérdidas de los sitiados eran irreparables, al paso que los castellanos tenían escuadrones y compañías enteras de reserva en el valle, imposibilitados unos y otras de tomar parte en la lucha hasta entonces por las condiciones del terreno.

Todos cuantos en el mundo tenían obligación de socorrerme, me habían empujado para colocarme allí: nada podía esperar de ellos; a lo lejos, sólo veía curiosos que se asombraban de mis resistencias y se reían de mis vacilaciones; abajo, en el fondo del precipicio, la algazara de las mujeres que me habían precedido en la caída; en derredor de , envolviéndome, asfixiándome como anillos de serpiente, una atmósfera de insanos elementos, narcótica, enervante; sobre la atmósfera, sobre , sobre el mundo entero, allá en lo Alto, donde debía de existir un código de moral como yo le presentía cuando me dejaba gobernar por mis propios instintos, inclinados a lo menos corrompido, ya que no a lo más honrado..., nada tampoco que viniera en mi auxilio... El Dios que a me habían hecho conocer en mi casa era «un caballero anciano, de muy buena sociedad»; algo serio por razón de su jerarquía, pero muy fino, muy complaciente y de una moral muy elástica; dispuesto siempre a incomodarse con la gente de poco más o menos, pero incapaz de faltar en lo más mínimo a las señoras del gran mundo que le honraban confesándole de vez en cuando y en los ratitos que las dejaban libres sus devaneos de hembras «eximias» del género humano...; un señor, en fin, por el estilo de mi difunto padre, aunque quizás no tan elocuente ni de tan distinguido porte como él... ¡Y nadie ni nada más a donde volver los ojos!

Todo hombre debe ser previsor y separar de lo que gana una parte para mañana; pues el literato está exento de tal carga. En algo se han de distinguir los seres inspirados de los que no lo son. Hubo una época en que la bohemia invadió toda la literatura. Los que tenían gracia solían emplearla en estas cosas y se hacían célebres.

Su madre ya no iba al campo; se quedaba en la gañanía para cuidarla. Hasta para dormir tenían que mantenerla con el cuerpo erguido, mientras su pecho se agitaba con un estertor de fuelle roto. ¡Ay, Señó! gemía el gitano, perdiendo la última esperanza. Lo mezmo que los pajarillos cuando los jieren.