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Este magnífico y escrupuloso lavatorio del aparato dental, coronó, en opinión de ambos, la obra de aseo que con tan buen éxito habían emprendido, y se decidieron a bajar al comedor. Pero antes de salir, se les ocurrió casualmente que tenían los pantalones cubiertos de polvo y porquería; vuelta a echar mano de la esponja, porque no hallaron cepillos, y a frotarse con ella hasta tapar las manchas.

Valiéndose del sin fin de llaves que tenía, abrió todos los cajones y revolvió en ellos cuidadosamente, esmerándose en dejar las cosas, después de bien examinadas, en la misma disposición que antes tenían. Este proceder jesuítico lo practicaba siempre que metía sus manos escudriñadoras en donde no debían estar. Busca por allí, busca por allá, y nada.

Aquella ternura facilitó el tratado; cediendo cada cual un poco de su tesón, se fueron acercando al infame convenio, a la intriga asquerosa y vil; al principio fingiendo pulcritud, invocando santos intereses, después olvidando estas fórmulas; y por fin el Magistral ofreció a la moza asegurar su suerte, colmar su ambición, y ella poner ante los ojos de Quintanar su vergüenza de modo tan evidente, tan palpable que aquel señor, si corría sangre de hombre por su cuerpo, tuviese que castigar a los traidores como tenían bien merecido.

Tenían en las minas mozos hábiles en el manejo del barreno que gozaban entre ellos el mismo prestigio que un gran torero ó un pelotari famoso.

Poco sueño tenían los del castillo aquella noche. Los extraños celebraban en su aposento sus conciliábulos animados; transmitíanse las opiniones de una pieza a otra. Los hombres discutían lo tocante al honor; las mujeres, excitadas y nerviosas, peroraban a media voz, enjugaban algunas lágrimas, y en su interior estaban contentísimas.

Se dejó caer al suelo con señales cadavéricas en el rostro. Instantáneamente, un golpe de gente acudió a levantarle, mientras otro sujetaba a la costurera. Al conducirle a la casita próxima de un aldeano, Pablo creyó escuchar confusamente los gritos de Valentina, que intentaba desasirse de los que la tenían, para rematarle, sin duda. La noticia se extendió por la romería.

Todos los que admiraban sus versos, incluso el glorioso Golbasto, tenían voces iguales á las de los otros humanos, y sus elogios eran siempre idénticos. Pero oirse alabar ahora por este trueno que venía de lo alto y que en el caso de ponerse el gigante de pie podía resonar hasta por encima de las nubes, representaba para Momaren una glorificación casi divina.

Y la pobre Feli, haciéndose la temible, se apretaba contra Isidro, le estrechaba en sus brazos, frotaba su cara en uno de sus hombros, le acariciaba el cuello con el raso de sus labios. Sentíanse invadidos los dos por una dulce laxitud, por un deseo de descansar en algo más sólido que las frágiles sillas... ¡A dormir! Pero no durmieron: no tenían sueño.

Inmediatamente corrió a dar parte a los amigos de su descubrimiento. Los fardos que llevaban las mulas tenían mantas, y extendiéndolas y sujetándolas por un extremo en la choza de los carabineros y por otro en unas ramas, improvisaron un cobertizo para las caballerías. Puestas en seguridad la carga y las mulas, entraron los tres en la casa de los carabineros y encendieron una hermosa hoguera.

Las cuadrillas de mineros y operarios traídas de otros puntos alojaban en casa de los labradores de Carrio, Entralgo y Canzana y dejaban allí parte de su salario. Verdad que los huéspedes no eran cómodos. Agresivos, pendencieros, alborotadores, tenían siempre con el alma en un hilo á los vecinos.