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Actualizado: 14 de junio de 2025
Montiño fué á sentarse en la silla que había dejado desocupada su hija. Vamos, Francisco dijo Luisa, viendo que su marido guardaba silencio , ya estamos solos. ¡Es que!... ¡sí!... ¡yo!... ¡tú! tartamudeó Montiño, á quien faltó de todo punto el valor. Estaba viendo por completo sin gorguera el cuello blanco y redondito de su mujer. ¿Pero qué es ello? dijo Luisa.
Siempre se negó a escuchar mis advertencias, y se reía de todas mis aprensiones. Pero ¡ay! la terrible realidad es ya un hecho. ¡Mi pobre padre! tartamudeó, con su bello rostro blanco hasta los labios. ¡Está muerto... y su secreto ha desaparecido! ¿Sospecha usted, Mabel, que su papá ha sido víctima de una mala acción? le pregunté a la pálida y enervada joven que estaba de pie delante de mí.
Ramón Limioso, serio y aún melancólico, se limitó a entregar a Barbacana el latiguillo, sin despegar los labios. ¡Van... buenos! tartamudeó el abad de Naya reventando de risa. Yo mallé en ellos... ¡como quien malla en centeno! exclamó respirando con placer el de Boán.
Movió la cabeza con amarga tristeza, y, mirándome a través de sus lágrimas, respondió brevemente: Ya se la he dicho. Estoy casada. Sólo puedo pedirle perdón por haberlo engañado y manifestarle que me he visto obligada a hacerlo. ¿Quiere usted decir que se ha visto precisada a casarse con él? ¿obligada por quién? Por él tartamudeó.
Santos, á quien doña Catalina parecía deliciosa como lo parecía á todo el mundo, porque en efecto lo era, y mucho más cuando ella tenía interés en parecerlo de una manera enérgica, se turbó, se puso pálido, guardó el relicario en lo interior de su justillo por la parte del corazón, y tartamudeó algunas palabras. Doña Catalina le había dado un golpe rudo.
¡Señor Greenwood! tartamudeó, levantándose rápidamente, pálida y sin aliento ¡usted! ¡usted aquí! Sí contesté, cuando la sirvienta hubo cerrado la puerta y quedamos solos. ¡Al fin la he encontrado, Mabel... al fin! Y, avanzando, tomé tiernamente sus dos manecitas entre las mías.
¡Dios quiera que los cazados no seamos nosotros! tartamudeó doña Dolores con las mejillas horriblemente sumidas por los esfuerzos de absorción que practicaba, a fin de convertir su barquillo en bomba ascendente de la leche garrapiñada. Himno de Riego, de Garibaldi. Marsellesa Era Baltasar un hijo, no de este siglo, sino de su último tercio, lo cual es más característico y peculiar.
De pronto lanzó un grito de espanto, como horrorizada por algún descubrimiento que había hecho, y, sobresaltado, me di vuelta para mirarla. Su rostro había cambiado completamente; hasta los labios tenía blancos. ¡No! tartamudeó enronquecida. ¡No... no puedo creerlo... no quiero creerlo! Otra vez miró el papel que tenía en la mano para releer esas fatídicas líneas.
Quiero que olvide usted, si es su voluntad hacerlo, todo lo que ha pasado exclamó, profundamente ansiosa. Ya que me siguió usted y oyó lo sucedido entre nosotros, quiero que considere que esas palabras no han sido jamás pronunciadas. Quiero que... que... tartamudeó, y luego se calló sin concluir la frase. ¿Qué es lo que desea que haga? le pregunté después de un breve momento de penoso silencio.
Fué la primera situación difícil en que se encontró después de casado don Juan; creía profanar el nombre de su esposa y tartamudeó algunas palabras en una torpe excusa; Dorotea vió lo que pasaba en el alma de don Juan.
Palabra del Dia
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