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En América está el porvenir de los desesperados y de la gente arruinada. Teresa debía saber dónde estaba su marido. La fuga era cosa convenida entre los dos: por eso se mostraba ella tan tranquila. Habíase quedado con su hijo en Las Tres Rosas, y a todos los que buscaban a don Antonio les contestaban lo mismo. Estaba fuera y no tardaría en volver para arreglar sus asuntos.

La misma quinta estaba hipotecada y su valor no podía sacar a nadie de apuros. En manos del filósofo no había hecho más que ir perdiendo. «Es decir, que estoy casi en la miseria». Sus derechos de orfandad, que le dijeron que serían una ayuda irrisoria, poco más que nada, tardaría en cobrarlos; no tenía quien le explicase cómo y dónde se pedían.

Ahora, que estaba debajo, conservaba no obstante muy alto prestigio y no poca influencia, en el temor de que no tardaría en ponerse encima.

Hecha esta carta y firmada de muchos, no la enviaron por parecer á algunos que tardaría en venir respuesta para sus disinios, que era rendir el fuerte, temiendo que los enemigos diesen asalto. Tratándose en la misma tienda que era bien ver el agua que había en la cisterna para gobernarse por ella, dijo Juan de Funes que en lo del agua no había que tratar, que no había para más de aquel día.

Mas, para ella que sólo se mueve con el auxilio de sus ondulantes cabellos, esos dos pasos eran una barrera infranqueable. Expuesta á los rayos de aquel sol abrasador, era de creer que no tardaría en quedar disuelta, absorbida, evaporada. Nada más efímero, más fugitivo que esas hijas de los mares.

Un ruido de pasos en el inmediato corredor le hizo volver al presente. Era un vecino que se retiraba. Nélida no tardaría en presentarse, y era ridículo que él la recibiese vistiendo aún el smoking de la comida. Luego de desnudarse se cubrió con un pijama, tomó un libro, y esperó leyendo y fumando. El interés de la lectura se apoderó de él al poco rato.

Lo de siempre en tales casos; ¡jugar el todo por el todo! Pedirla de rodillas sobre el lodo, que abriera; y si se negaba, saltar la verja, aunque era poco menos que imposible; pero, , la saltaría. ¡Si volviera a salir la luna! No, no saldría; la nube era inmensa y muy espesa; tardaría media hora la claridad». Llegó a la verja; él vio a la Regenta primero que ella a él.

Un honor para la parroquia de que ella era hija. ¡Ingenua y graciosa Margalida! Febrer gustaba de hablar con ella, gozándose en el asombro que sus relatos de otras tierras y sus bromas, dichas con gesto grave, despertaban en su alma simple... No tardaría en traerle la comida. Hacía media hora que una columna tenue de humo flotaba sobre la chimenea de Can Mallorquí.

Tenía conciencia de que un mundo de ideas y sentimientos, que por otra parte no tardaría en descubrir, me estaba cerrado. Dudaba, que el juicio de mi tía sobre la humanidad fuese absolutamente justo, y comprendía que ignoraba muchas cosas, y que corría el riesgo de quedar por largo tiempo en mi ignorancia.

Por eso cuando el joven, herido de algún desdén, de alguna palabra malévola de su mujer, se desataba en denuestos contra ella, sonreía con tristeza, procuraba calmarle, segura de que su cuñado no tardaría en humillarse, en ir contrito y avergonzado a besarle los pies. Cuando el prócer terminó al fin su monólogo, hubo unos instantes de silencio.