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Actualizado: 22 de junio de 2025
Yo le supliqué que lo dejase, poniéndole por delante que si los niños olían poeta no quedaría troncho que no se viniese por sus pies tras nosotros, por estar declarados por locos en una premática que había salido contra ellos, de uno que lo fue y se recogió a buen vivir. Pidióme que la leyese si la tenía, muy congojado. Prometí de hacerlo en la posada.
Sí, Jacobo; lo pensaba. Pero Sorege vino, como había anunciado, y sometida á la dura autoridad de mi cómplice, no podía resistir. Lo intenté, sin embargo, desde el primer momento. Tuve una crisis de desesperación y de remordimientos y le supliqué que buscase un medio de disculparte cuando yo estuviese en salvo. Aquel hombre se echó á reir y dijo con espantosa ironía: ¿Que yo me meta en ese sucio negocio para servir al señor de Freneuse? ¡En seguida! ¿Está usted loca?
Se habría podido creer que había muerto o bien que se había fugado. Una inquietud me asaltó, me puse de rodillas delante del ojo de la llave, y rogué, supliqué, hasta amenacé con llamar a nuestros padres si ella persistía en no dar signos de vida. Entonces se decidió a contestarme.
Sabes, abuela, que no todo el mundo descubre la belleza moral... mientras que un lazo rosa... Niña mimada suspiró la abuela, no quieres comprender qué feliz sería yo viéndote casada con un buen marido y... ¡Oh! abuela querida supliqué, soy tan feliz a tu lado... No me eches de aquí, te lo ruego...
Estando condenado á permanecer aún durante algunos días en mi habitación, supliqué á la señora de Laroque que me enviara los títulos y los documentos particulares que se hallan en poder de su padre político y que me eran indispensables para resolver las dificultades que se me habían indicado.
»Yo me arrojé a sus pies y le supliqué que hiciese traer y educar en el castillo al pequeño Carlos, que era de mi edad, próximamente. Esperando su contestación, Gerardo no respiraba; y yo, pálida y conmovida, temblaba de pies a cabeza.
¡Eso no es posible, no sucederá!... Ella movió la cabeza. ¡No digas que no! insistí. ¡No digas que no!... Ya sé que no me amas, que me odias, que me execras; pero no me digas, que amas a otro, porque... porque... Le amo dijo. Entonces la supliqué, hasta lloré. Ella repitió: Le amo. No se debe mentir. Yo no sé fingir. Le amo; y porque este amor me está vedado, muero.
Entonces la asedié con mayor empeño: insistí, supliqué, lloré..., y conseguí que ella llorara también. Comenzaban los diques a quebrantarse, y esta era una buena señal. »Mientras lloraba, con la frente apoyada sobre mi pecho, yo la hablaba dulcemente al oído, y el corazón me iba diciendo que las durezas se ablandaban y que el torrente se desbordaría.
Señor cura díjole Magdalena, supliqué a papá que le llamase porque siendo mi director espiritual de siempre, quiero confesarme con usted. ¿Está dispuesto a escucharme? El sacerdote hizo un signo afirmativo. Magdalena volviose hacia su padre y le dijo: Papá, déjeme usted sola un instante con este otro padre que es padre de todos.
¡Abuela! ten piedad de mí supliqué con lágrimas en los ojos; déjame gozar de mi vigésimoquinto aniversario... No me obligues a pensar cosas tristes... No me hables de la muerte, y sobre todo de la tuya... Es, sin embargo, una ley de la Naturaleza siempre respetada y siempre obedecida respondió dulcemente la abuela.
Palabra del Dia
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