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Al salir, di al inválido que me acompañaba una moneda de veinte francos. No la quiso. Le insté; no la quiso. Volví á instarle, casi le supliqué; no la quiso. Esto no se encomia con palabras. El creerá que el Napoleon que allí tiene, vale mucho más que los cuatro napoleones que yo le daba, y cree muy bien. ¡Salud al viejo, al noble, al digno veterano!

Cuando me leyó Alfonso los versos de su poema, donde ensalza todos los guerreros y todos los príncipes de la familia real, y observé que ni una sola palabra decía del duque de Orleans, tuve un disgusto tan grave que me hizo derramar lágrimas; entonces le supliqué que no dejara desairado con semejante silencio a un príncipe en cuya casa pasé yo mi niñez, y cuya madre y hermana nos habían colmado de bondades.

En el primer momento, la de Ribert quería devolver la carta y rogar al señor... no, no puedo escribir su nombre... que hiciese sus encargos él mismo, pero le supliqué que salvase mi amor propio y aceptase la misión que se le confiaba.

¡Cuánto agradezco que haya usted venido!... Temblaba ante la idea de pasar sola estas horas de la noche. ¡Me aburro tanto aquí!... Por eso le supliqué hoy, cuando nos separamos, que no me abandonase... Y al decir esto tomó una mano de Watson, contemplándole al mismo tiempo con ojos acariciadores.

Dios... están vivos. Este grito se extinguió en su boca, que permaneció sonriente: cerró los ojos como si durmiese: súbitamente un aire de inmortal juventud, se extendió sobre su fisonomía, que se puso desconocida. Tal muerte coronando tal vida, contiene en enseñanzas de las que he querido llenar mi alma. Supliqué que se me dejara solo con el sacerdote en aquel cuarto.

Angelina... supliqué ¿qué dijo y quién es esa pajarita? Será una golondrina de las que anidan en la torre.... ¡Adiós! Las golondrinas no son rubias, ni visten de azul. ¿Y a qué viene eso de las tentaciones? A nada. ¡Cosas mías! Por decir algo... por avivar la curiosidad del caballero.... Seriamente. Dígame usted todo. Sin duda que me ha de interesar.... ¡Ah! ¡Y que ! Pues... oigo.

Me dejé caer ante la cama, y cubriendo de besos las manos de Marta, le supliqué que tuviera compasión de , quería hablarle, le decía, tenía un peso que me aplastaba el pecho, que me sofocaba: iba a ahogarme. Ella no se despertó. Recogida en su dolor, yacía, triste esqueleto. En sus pómulos se encendían pequeñas llamaradas. La respiración silbaba.

Las extremidades inferiores eran más débiles cada día, la pobre temía caerse, y su angustia aumentaba al considerar que sus enfermeras no podrían sostenerla. Acudí a relevar a mi tía, esperando que la anciana segura de mi vigor, se mostrara más decidida y animosa, pero todo fué inútil. no sabes llevarme. , tía. No, déjame.... Voy mejor con Pepa. Insistí, rogué, supliqué.... ¡En vano!

No me contestó; llevóse las manos al pecho, y fijó la mirada en una cestilla que tenía delante. Angelina... supliqué. ¡Silencio! ¡Silencio horrible! La emoción la ahogaba. Oía yo los latidos de su corazón. Angelina, una palabra.... ¡Una palabra, por piedad!

Y ahora resulta que deberá usted carecer de voluntad y convierte la inspiración en simple exorcismo. Llame usted las cosas por el nombre que quiera dije, y le supliqué que cambiásemos de conversación. Cambiar de conversación no era posible; había que volver al punto de partida o continuar. Le pareció más seguro razonar y yo la dejé decir sin replicar más que con una frase: «¿Para qué