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Actualizado: 10 de mayo de 2025
De este pasado, que le hacía sentir el arrepentimiento del ridículo, sólo quedaba aquel mocetón inmóvil ante ella, con ojos suplicantes y un empeño infantil de resucitar tales tiempos... ¡Pobre hombre! ¡Como si las locuras pudieran repetirse cuando se piensa en frío y falta la ilusión, ceguera encantadora de la vida!...
Comprendiose que se referían a la reina, hacia quien tendía sus manos escuálidas, entre amenazadoras y suplicantes... ¡Lo mandaban las augustas reliquias del Escorial, para que exorcizara a la princesa que antes fuera hereje!
La niña de Rojas, al convencerse de que el norteamericano huía verdaderamente, hizo un gesto de cólera, al mismo tiempo que lanzaba palabras suplicantes: ¡No se vaya, gringuito!... Oiga, don Ricardo; no se ofenda... Mire que esto sólo ha sido para reir, lo mismo que otras veces.
Yo propuse aligerarlo haciendo una meriendilla a expensas del contenido, pero esta idea práctica fue acogida con una explosión de indignado desprecio, y las jóvenes, exaltadas, se apoderaron valerosamente del cesto y lo llevaron durante unos cien pasos, después de lo cual volvieron hacia nosotros miradas suplicantes y se dejaron convencer de que debían desistir de su hazaña. Por fin llegamos.
¡Ay, Don Ignacio! ¿me llevará usted mañana? gritó Lucía, dilatados los ojos con el afán y alzando sus manos suplicantes. Mañana... Artegui se quedó otra vez pensativo . Pero, señora pronunció ya con diverso tono , ¡hoy debe llegar su marido de usted! Es verdad. Cesó de suyo el diálogo, y ambos interlocutores miraron el fuego, y aún Artegui le añadió leña, porque menguaba.
La única persona que me interesa en el mundo, está al abrigo de los males que yo sufro, la veo dichosa, sonrosada y risueña. Pero los que no sufren solos, los que oyen el grito desgarrador de sus entrañas repetido por labios amados y suplicantes, los que son esperados en una fría buhardilla por sus mujeres macilentas, y sus hijuelos taciturnos. ¡Pobres gentes!... ¡Oh, santa caridad!
Víctor Hugo es mi dios... dijo de pronto Ojeda interrumpiendo su murmullo poético, como si no pudiese contener más tiempo esta declaración . Y Beethoven también lo es. Ella le miró con ojos suplicantes, implorando una palabra que podía unirlos con un nuevo afecto. ¿Y Wagner?... Fernando vaciló. No tenía la serenidad olímpica, la majestad simple de los divinos.
Dirigíale desde su mesa miradas intensísimas, unas veces suplicantes, otras coléricas, las cuales no advertía siquiera el viejo trovador, y si alguna vez se tropezaban casualmente sus ojos, los de éste expresaban indiferencia absoluta como si nada hubiese ofrecido a su amiguito. El rostro de la vecina también se había puesto sombrío, y ya no se volvía sino muy rara vez hacia su afligido adorador.
Mira, chico, la quiero como si fuese mi madre... Y eso que yo no he conocido a mi madre. Esta mañana, doña Zobeida saludó a Isidro con sonrisa tímida y miradas suplicantes. No se atrevía a formular un pensamiento que la había empujado hacia él, y anticipadamente imploraba perdón con sus ojos.
El despecho la hizo olvidarse de quién había sido el primero en desear la aproximación. Ella sólo podía imaginarse a los hombres marchando suplicantes tras de sus pasos y diciendo la palabra inicial. Se apartó de Ojeda con gesto pensativo, buscando un insulto que conocía de muchos años antes, tal vez desde que aprendió a hablar, pero del cual no podía acordarse.
Palabra del Dia
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