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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Ni en el mes de Agosto entraba en el suyo sin ponerse gabán. Sus hijas se empeñaban en anticipar la estación porque aún no hacía calor, ¿verdad? Yo, que sudaba por todos los poros, convine con él en que más bien hacía fresco, y con esta respuesta le confirmé, al parecer, en la idea que había concebido de retirarse.

Los rostros se enrojecían, y a pesar de que llovía en la calle y los transeúntes soplábanse las manos para ahuyentar el frío, se sudaba en el comedor. Doña Manuela, con la majestuosa nariz inflamada, como si fuese un pavo, hubo de pasarse la servilleta por la húmeda frente. ¡Al salón! dijo la señora . Allí nos servirán el café. El tío prefería quedarse en la mesa.

Butrón, sin embargo, no cayó en la cuenta, y con el majestuoso continente que las circunstancias requerían, arrastró con suavidad a Currita al próximo gabinete. Sudaba como un pato, y la camisa no le llegaba al cuerpo, temiendo alguna nueva trapisonda de la ilustre condesa, que viniera a desacreditar sus manejos diplomáticos.

Al principio, cuando yo tenía que entrar aquí con esos barrilillos a la espalda, sudaba la gota gorda; pero ahora ya me he acostumbrado. ¿Y si se te escurriera un pie? Pues nada; se acabaría todo. Lo mismo da morir ensartado en un abeto que toser durante semanas y meses tendido en un jergón. En tal momento, Divès iluminaba con la linterna las pilas de barriles, que llegaban hasta la bóveda.

Dame el pañuelo me gritó él. Le di el pañuelo. A ver, la boina. Le di la boina, y mientrastanto me puse a sacar agua, para no pensar en la situación desesperada en que nos veíamos. Recalde cerraba el agujero por un lado, pero se le abría por otro. Sudaba sin conseguir su objeto. ¿Sabes andar? me dijo, ya comenzando a asustarse de veras. Muy poco contesté yo, con un estoicismo siniestro.

El antiguo contrabandista creía traer una provisión de nueva vida cuando bajaba al llano, al campo de interminables surcos que se perdían en el horizonte y sobre los cuales sudaba encorvada una muchedumbre turbulenta y miserable, roída por el odio y las necesidades.

María de la Luz se sintió arrastrada por el señorito, que la agarró una mano, sujetándola al mismo tiempo por el talle. La moza se resistió a bailar. ¡Dar vueltas, cuando su cabeza parecía balancearse y todo giraba en torno de sus ojos!... Pero al fin, se abandonó, entregándose a su pareja. Luis sudaba, fatigado por la inercia de la muchacha. ¡Vaya una moza de peso!

Tan pegados estaban el uno al otro, que parecía que Jacinta se reía con los labios de su marido, y que este sudaba por los poros de las sienes de su mujer. «¡Vaya con mi señora, lo que me tenía guardadoañadió con incredulidad. ¿Te alegras? ¿Pues no me he de alegrar?

Vinieron, pues, y con ellos creció tanto el número de los Catecúmenos, que ya la iglesia, aunque muy grande, no era capaz de tanto concurso, y fueron tantos los trabajos del santo varón, que sin tomar descanso, sudaba de día y de noche en cultivar aquellas almas, que aunque el vigor de la caridad le daba espíritu y aliento para sufrir los trabajos, con todo eso cayó enfermo de pura flaqueza del cuerpo que se rindió debilitado al grande peso de las fatigas y contínuas incomodidades en que vivía, y asaltándole una ardientísima fiebre que no le dejaba tener en pie, se vió precisado á postrarse en el duro suelo debajo de una choza descubierta por todos lados, en la cual, falto de todo conorte y destituído de todo remedio humano, en pocos días le consumió y trabajó tanto, que se vió reducido poco menos que á los últimos períodos de su vida.

No articuló el joven, en quien comenzaban los síntomas de una abundante transpiración. Pues es extraño, porque éramos bastante amigos... ¡Como que hace tres meses estábamos para casarnos!... Pero, amigo, vino usted, señorito, y todo fué rodando. Cosme había pronunciado estas últimas palabras con voz temblorosa. Pablito sudaba gotas como avellanas sin sentir calor alguno.

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