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Actualizado: 26 de junio de 2025
La subida por la Cuesta de los Perros era bastante fatigosa, y el viejo se detuvo varias veces a descansar. Tenía aire de hombre enfermo y abatido; al pararse bajaba la cabeza hasta dar con la barba en el pecho. Me acerqué a ellos. La muchacha era muy bonita, rubia, tostada por el sol; al pasar por delante de mí me miró con un aire completamente salvaje.
Ya anochecía cuando escribió una carta a don Benigno Cordero, manifestándole lo que más adelante sabrá el curioso lector. Esta carta la dejó en poder de D. Felicísimo, previa formal promesa de entregarla a Cordero, que vendría pronto de los Cigarrales y se encontraría en su casa de la subida a Santa Cruz. Despidiose del anciano y partió aquella misma noche.
El horizonte se estrechaba de modo extraordinario. Al comenzar la subida, el teniente mandó hacer alto delante de un enorme mesón situado al pie de la carretera, y haciendo llamar al dueño le obligó a levantarse y a servir vitualla a la tropa. Los presos entraron en la casa y descansaron buen rato. Y otra vez emprendieron la marcha subiendo con calma el áspero repecho.
Cornelio y Hans habían vuelto a la cubierta y reconocían desde allí el banco de arena, que la subida de la marea iba ocultando por momentos bajo mayor cantidad de agua. ¿Crees que lograremos ponernos a flote? preguntó Hans a Cornelio. Lo espero respondió éste , porque según el tío, no será una pleamar ordinaria la que tendremos. ¿El agua sube en esta costa más que en otras?
¿Sabéis que esta escalera se parece á la subida de la montaña aquella á cuya cumbre llevó el diablo á Cristo? dijo con un doloroso sarcasmo Quevedo. Muchas gracias, señor mío, por la galantería. Pero estáis irritado, y con razón, y es menester perdonároslo todo. Entrad. Y tiró de Quevedo, que se encontró de repente en un magnífico salón completamente iluminado, y con una mesa servida.
Recordarle en tales momentos antiguos títulos de amistad, era todo nuestro afán, y hallar su memoria accesible á los evocados recuerdos, el mejor negocio para nosotros, condenados á fumar anís á pasto, y, lo que aún era peor, los pitillos de cinco al cuarto que vendía Godos en la subida de los Remedios; pitillos que transcendían á demonios desde media legua, y lo mismo tumbaban chicos que cañas un vendaval recio.
En aquel pedacito de tierra, limitado por los sauces, se sepultan desde tiempo inmemorial los muertos de la casona de Tablanca. Al emprender yo la subida a ella con las personas que me habían acompañado en la bajada y algunas más, se despidió de mí el Cura «hasta la tarde».
Cosa es cierta. Al fin la comedia está Subida ya en tanta alteza, Que se nos pierde de vista: ¡Plega á Dios que no se pierda! Hace el sol de nuestra España, Compone Lope de Vega, La fénix de nuestros tiempos Y Apolo de los poetas, Tantas farsas por momentos, Y todas ellas tan buenas, Que ni yo sabré contarlas, Ni hombre humano encarecerlas.
En seguida, dejando a su derecha el caserío de Urquilezo, bajaron a la carrera hasta la hondonada, y sin detenerse un momento emprendieron de frente la subida hacia las líneas de defensa, mientras la banda de cornetas tocaba paso de ataque.
Tomar posiciones en aquella altura y vender caras nuestras vidas, ó salvarlas si nos llegan refuerzos. La más alta de aquellas colinas, de difícil subida por todos lados y con una planicie bastante extensa en la cumbre, nos ofrece una admirable fortaleza natural. Dad, Fenton, la orden de marcha sin perder momento. Conservad, señores, vuestros caballos, pero que abandonen los suyos los soldados.
Palabra del Dia
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