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Actualizado: 23 de junio de 2025
Desde que entré en la desgraciada ciudad, a la emoción producida por el espectáculo del reciente desastre se agregaba la que yo sentía por asuntos de mi propia cuenta, y por la supuesta proximidad a quien era el faro de mi vida. Así es que luego que el Conde y los de la comitiva nos arreglamos en una de las mejores posadas, salí con objeto de buscar la casa de la Sra.
A la derecha del altar mayor, el de S. Gerónimo de columnas pareadas salomónicas, de órden corintio: el fuste de las columnas, la imposta del arco y el cornisamento son de mármol negro: sus basas, capiteles y la guarnicion del arco son de piedra alabastrina. A la izquierda del altar mayor el de Ntra. Sra. de la Correa, en un retablo de madera dorada estilo antiguo y de órden corintio.
Es un milagro que podamos daros estos cuantos panes y estas onzas de chocolate crudo nos dijo D. Paco al ofrecernos aquellos artículos . Los franceses no han dejado nada. ¡Qué horroroso saqueo! Y gracias que quedamos con vida. ¡Ay!, la Sra. Condesa salió a recibirlos con una serenidad que me espantó.
Parecióme que al verme cerró los ojos, y que asió las rejas con sus dos manos para sostenerse. Cuando me dirigió la primera pregunta, temblaba su voz de tal modo, que era imposible entender sus palabras. Sin poder decir una sola, incapaz de discurso y de movimiento, permanecí yo breve rato con la cara apoyada en la reja. La monja que la acompañaba me obligó por fin a romper el silencio. La Sra.
¡Oh! exclamó la vieja . La Sra. Condesa y la Sra. Marquesa hacen mal en contrariar la decidida vocación de esta niña. ¡Por qué ese empeño de llevarla a Madrid, cuando ella quiere dejar las maldades y abominaciones del siglo! La pobrecita no quiere cuentas con nadie más que con su prometido Esposo, que es Nuestro Señor Jesucristo.
Resuelto así el negocio de una manera satisfactoria para Ester, ésta partió con su hija para su cabaña. Cuando descendían las escaleras, se cuenta que se abrió el postigo de la ventana de uno de los cuartos, asomándose el rostro de la Sra. Hibbins, la iracunda hermana del Gobernador, la misma que algunos años después fué ejecutada por bruja.
Cuando yo estuve en el Brasil, si no recuerdo mal, sólo habría media docena de Dones en todo el Imperio. Las señoras en cambio tienen todas, no sólo Don sino excelencia, y hasta la más humilde es la Excma. Sra. doña Fulana: prueba inequívoca de la extremada galantería de los portugueses.
Si me la hubieran quitado, entonces habría ido con gusto á la selva en tu compañía, firmando mi nombre en el libro del Hombre Negro, y eso con mi propia sangre. Ya te tendremos allí antes de mucho, dijo la dama bruja, frunciendo el entrecejo y retirándose. Pero aquí, si suponemos que este diálogo entre la Sra.
Entonces dile, replicó el capitán, que he hablado otra vez con el viejo médico de rostro moreno, y que él se compromete á traer á su amigo, el caballero que ella sabe, á bordo de mi buque. De consiguiente, tu madre sólo tiene que pensar en ella y en tí. ¿Quieres decirle esto, niña brujita? La Sra. Hibbins dice que mi padre es el Príncipe del Aire, exclamó Perla con una maligna sonrisa.
Llegó por último la hora de partir, sin que Rafaela cediese, sin que al menos diese esperanza. Vio Rafaela al Barón de Castell-Bourdac y le encargó que fuese a buscar su abrigo. Se despidió luego de la Sra. de Pinto, y, siempre del brazo del Vizconde, se dirigió a la antesala.
Palabra del Dia
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