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Actualizado: 1 de mayo de 2025
No obstante, sus grandes ojos negros, serenos y límpidos, que, como hemos dicho, ofrecían cierta singular inmovilidad semejante a la de los que padecen de gota serena, adquirían un movimiento tan sosegado y tan dulce que una de las señoritas de Ciudad, la misma que la había presentado al ingeniero Suárez, no pudo menos de exclamar la noche anterior: ¿No repara usted qué mirada tan suave tiene Martita?
Extendíase este por detrás de Biarritz, estrellándose contra las rocas con furor inmenso, amenazador e imponente, bajo aquel límpido azul y con aquel sosegado tiempo, como un gesto de terrible cólera en el rostro de una serena divinidad.
Ahora bien: por grande que sea tu obcecación; por hermoso que se te pinte en los ojos lo que hay del lado de allá de la puerta, ¿te atreverás a entrar por ella con tal fardo de ignominias a la espalda? Esto es lo que has de meditar, hijo mío, con la cabeza fría y el corazón sosegado. Ángel no quiso oír más ni añadir una palabra. ¡Tan honda y tan negra le iba pareciendo la sima!
722 Yo anduve ansí como todos, hasta que al fin de sus días supo mi suerte una tía y me recogió a su lado; allí viví sosegado y de nada carecía. 723 No tenía cuidado alguno ni que trabajar tampoco, y como muchacho loco lo pasaba de holgazán; con razón dice el refrán que lo güeno dura poco.
R. Menéndez Pidal, Notas para el romancero del conde Fernán González, en Homenaje a Menéndez y Pelayo, I, 460 y nota 2. segunda, asegunda. "Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos." Quijote, I.ª, VII.
Dichas estas razones, dexa á la dama que tenia asida por los cabellos, y cogiendo la lanza va á pasársela por el pecho al extrangero. Este que estaba sosegado paró con facilidad el encuentro de aquel frenético, agarrando la lanza por junto al hierro de que estaba armada. Forcejando uno por retirarla, y otro por quitársela, se hizo pedazos.
Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos, en los cuales días pasó graciosísimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes y de que en él se resucitase la caballería andantesca.
Cuando hubieron sosegado un poco y se limpiaron las lágrimas y se sonaron estrepitosamente con un pañuelo de hierbas, Paco, que gozaba viéndolas tan alegres, les preguntó: Pero vamos, ¿cuándo lo habéis comprado, el Salvador, que yo no lo he visto hasta ahora? Estaba en el cuarto de Nuncia, mi alma; pero allí no estaba bien, porque tropezaba la cama en él, y lo hemos traído.
El famoso cazador de osos se levanta pausadamente y dice con el acento firme y sosegado de los héroes: Vamos a ver qué es eso. Pidió una escopeta arriba, y seguido de lejos por las pálidas doncellas, dio una batida al bosque. Lo único que halló fue un cerdo alemán de la pareja que el conde había traído para encastar.
-Sí leyera -dijo el cura-, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer. -Harto reposo será para mí -dijo Dorotea- entretener el tiempo oyendo algún cuento, pues aún no tengo el espíritu tan sosegado que me conceda dormir cuando fuera razón. -Pues desa manera -dijo el cura-, quiero leerla, por curiosidad siquiera; quizá tendrá alguna de gusto.
Palabra del Dia
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