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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Después de comer, mi amo estaba en la galería contemplando una carta de navegación, y recorría con su vacilante dedo las líneas, cuando Doña Francisca, que algo sospechaba del proyecto de escapatoria, y además ponía el grito en el Cielo siempre que sorprendía a su marido en flagrante delito de entusiasmo náutico, llegó por detrás, y abriendo los brazos exclamó: «¡Hombre de Dios!
La idea de que fuera un espíritu superficial, no inquietaba a la joven, tanto la había conquistado su flirt galante, cuyo recuerdo exageraba, y a veces se sorprendía contando los días que la separaban del miércoles en que lo volvería a ver. ¡Cuánto lugar ocupaba en su vida, aquel desconocido de ayer!
En Vetusta no se aclimataba esta planta; él era el único ejemplar, robusto, inquebrantable eso sí, pero el único. Y don Pompeyo sentía remordimientos cuando se sorprendía deseando que jamás cundiese la doctrina racional, salvadora, que por tal la tenía.
Lo que no habían traído consigo al siglo presente era la libertad de costumbres y la malicia que, al decir de los historiadores, caracterizaba la sociedad del pasado. Imposible imaginar unas criaturas más sencillas. Como si no hubiesen atravesado por la vida, todo les sorprendía, en todo creían menos en el mal.
Después que el enfermo hubo partido pareció que Clementina respiraba más libremente. Salió de su habitación, en la que se había encerrado, y bajó al jardín, pero permaneció turbada. Un pensamiento importuno atormentaba á su espíritu y á veces, Herminia, que no la perdía de vista, con la industriosa paciencia de las gatas y de las mujeres, la sorprendía hablando sola.
La estancia que apareció a los ojos de Mario semejaba talmente una capilla. Había allí tanta estampa con marco dorado, tanto fanalito, tantas palmas y flores contrahechas, que sorprendía no oír el sonido del órgano y el rezo de los fieles. Las cortinas de damasco con una franja de galón dorado. Los muebles viejos y lustrosos por el uso.
Tiene razón esta señora atreviose a decir la dama, sin apartar sus ojos de ella . Dejémonos de cumplidos y hablemos del asunto que me trae aquí. Estoy a las órdenes de la señora marquesa dijo don Santiago Núñez haciendo una cortesía. Pero la marquesa no empezaba a hablar, ni concluía de mirar a la Esfinge. Era indudable que la presencia de ésta la contrariaba tanto como la sorprendía.
Todos los domingos por las tardes, al entrar el maestro por el camposanto, se sorprendía de encontrar arrojadas allí algunas flores silvestres, tomadas en el húmedo pinar, como también toscas guirnaldas prendidas de la pequeña cruz de madera.
Cuando ésta se fue a misa con Rosita, advertí que el señor se daba gran prisa por meter en una maleta algunas camisas y otras prendas de vestir, entre las cuales iba su uniforme. Yo le ayudé y aquello me olió a escapatoria, aunque me sorprendía no ver a Marcial por ninguna parte.
El sentimiento de protección, la conciencia de los deberes que tenía que llenar hacia su hermana, le hacía no pensar en sí mismo. Al contrario, cualquier atención de Aurelia le sorprendía, y la agradecía como si viniese de un niño. Ambas existencias se fueron compenetrando. Vivían modestamente. El cuarto les costaba veinte duros. No tenían más que una criada.
Palabra del Dia
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