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Actualizado: 28 de junio de 2025


Así que cuando se ponía delante de la mesa de trabajo le costaba insuperable emborronar algunas cuartillas. Y cuando al día siguiente las leía parecíanle tan desabridas que solía dar casi siempre con ellas en el cesto de los papeles rotos.

En un principio solía pedir a sus amigos o conocidos del café algún dinero para jugar al tresillo, y bebía al fiado en el café; pero al poco tiempo ni los amigos quisieron darle nada, ni el dueño del establecimiento le fiaba ya por valor de dos cuartos. Faltó poco para que doña Brígida le echase a rodar por las escaleras cierto día que le llevó una cuenta de ciento veinte reales.

893 En el nueve y otros juegos llevo ventaja y no poca, y siempre que dar me toca el mal no tiene remedio, porque sacar del medio y sentar la de la boca. 894 En el truco, al más pintao solía ponerlo en apuro; cuando aventajar procuro, tener, como fajadas, tiro a tiro el as de espadas, o flor, o envite siguro.

Isidora lo sentía de esta manera, porque era muy nerviosa, y solía ver en las formas y movimientos objetivos acciones y estremecimientos de su propia persona. Miraba sin comprender de dónde recibía su horrible retorcedura la soga trabajada. Allá en el fondo de aquella cisterna horizontal debía de estar la fuerza impulsora, alma del taller.

El miedo que se desarrolló entre los marineros fué tan grande, que nadie quería acercarse a la proa; se sorteaba quién había de dar la comida y el agua a los enfermos, y el designado solía ir llevando los víveres en una pértiga larga, los dejaba y echaba a correr.

Algunas veces, cuando su madre enviaba por vino o por sidra a la taberna de Arcale a su hijo Martín, le solía decir: Y si le encuentras, al viejo Tellagorri, no le hables, y si te dice algo, respóndele a todo que no. Tellagorri, tío-abuelo de Martín, hermano de la madre de su padre, era un hombre flaco, de nariz enorme y ganchuda, pelo gris, ojos grises, y la pipa de barro siempre en la boca.

No si navegó un poco; pero si navegó, no le tomó gusto al oficio. Yo solía decir de él, cuando andaba vagabundeando por el pueblo, que era un lord Byron de taberna.

Si esto no daba resultado, escuchaba distraído las disertaciones fisiológicas de su suegro: al cabo solía dormirse beatamente en la butaca. Presentación era mucho más expedita. Mira, papá, no me des más jaqueca con el ovario, la fecundación y todo eso. Son porquerías que no debo oír. El confesor me lo ha prohibido. Lo creo respondía con acento profundo el sabio.

Por las tardes solía acompañar al conde a paseo, casi siempre a pie, pues no era aquél amigo de usar el coche.

Poldo, al abandonar sus malas hazañas, se había hecho muy religioso y solía asistir a las misiones para los hombres de mar cuando estaba en tierra, como también Blair era, según ustedes saben, un hombre muy temeroso de Dios para ser marino. Cuando recuerdo todas las circunstancias, pienso que era muy natural que Poldo entregase el secreto del Cardenal, muerto, en manos de su mejor amigo.

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