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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Necesito detenerme en Madrid algunos días para arreglar ciertos asuntos. A Valencia llegaré el diez del que viene. ¿Vas a algún regimiento? Al primero montado. ¡Ah! Y guardaron silencio. La tristeza les dominaba a todos, asfixiando la conversación, que otras veces solía ser muy animada, aunque versara sobre menudencias domésticas. Don Mariano la entabló de nuevo en tono triste y distraído.
Una de las pocas, casi la única admiración que ya le quedaba a Tristán en literatura era la de Rojas, su maestro y protector. No asistía con puntualidad a sus tertulias nocturnas de los viernes, pero iba de vez en cuando. Y cuando tropezaba en la calle al célebre poeta, nunca dejaba de departir con él algunos instantes y solía acompañarle hasta el paraje adonde se dirigía.
Por la noche, hablando de los trabajos del día siguiente, solía decir á sus hijas en tono humilde, que asustaba por lo inusitado, afectando al mismo tiempo sonrisa campechana: «Si queréis ir á divertiros un poco mañana al prado de los Molinos, ya sabéis que principian á segarlo.» Las niñas comprendían perfectamente, y al día siguiente de madrugada tomaban unos palos ligeros y lustrosos por el uso, y se pasaban el día esparciendo la hierba segada para que el sol la secase más pronto.
Era un trabajador infatigable y desde el alba que empezaba su labor con la lectura de los diarios hasta altas horas de la noche y a veces hasta la nueva aurora que solía sorprenderlo cuando, como él decía, se hallaba engolosinado por algún estudio en que ponía toda su alma para transmitirla a los lectores que el obligado por las visitas de sus amigos a quienes recibía con solícito cariño.
Una tarde, los amigos que me acompañaban en mis paseos me enseñaron la casa de Thiers, el gran historiador, y también me llevaron al café donde, por invierno, solía ir a tomarse su copa de cerveza Paul de Kock. ¿El de las novelas para reír? Tiene gracia; pero sus indecencias y porquerías me fastidian. También vi la zapatería donde le hacían las botas a Octavio Feuillet.
La fiebre amarilla, recién establecida en aquellas regiones, solía ensañarse con los forasteros.
Sin embargo, la opinión general culpaba al marido, vividor poco edificante; y doña Rebeca, que solía dar limosna y llorar en la iglesia, y que vivía encerrada en su casa, pasaba por ser «una infeliz» un poco estrafalaria y algo tocada del mal de la locura. Andrés tenía mala fama; le temían los novios y los maridos, y era mirado con prevención en el valle.
Me dejé caer sobre un silloncito en que ella solía sentarse y permanecí allí algunos minutos presa de la más viva ansiedad, retenido a mi pesar por el deseo de saborear impresiones cuya novedad me parecía exquisita.
Pero, cuando él vio a un lado de la barca el cofrecillo donde ella solía tener sus joyas, el cual sabía él bien que le había dejado en Argel, y no traídole al jardín, quedó más confuso, y preguntóle que cómo aquel cofre había venido a nuestras manos, y qué era lo que venía dentro.
Palabra del Dia
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