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Una sonrisa feliz y socarrona á la vez se dibujó en sus labios. Pero no será de vacío, ¿verdad? ¡Ah gran tuno, ahí te duele! profirió Pepón sin dejar de reir y metiendo de nuevo el puño por el estómago á su futuro yerno, que se dobló como un arco. Luego añadió gravemente: Eso no se pregunta siquiera, Quino. Yo no soy rico, pero mientras estéis en mi compañía no os faltará la borona y el potaje.

La voz del viejo rústico seguía acosándole con su socarrona filosofía. ¿Por qué ha de tomarse su mercé esos fríos y calores por lo que les pasa a los pobres, don Fernando? Déjelos: si ellos están contentos, su mercé también. Además, todos estamos escarmentaos. Con los de arriba no se puede.

Los libros y pergaminos que hay a sus pies, son emblema del desprecio que le inspira el prójimo, y aún lo denota mejor la sonrisa entre socarrona y descreída con que se le fruncen los labios .

Y fortificaba su antipatía el que Chinto, con la desconfianza socarrona propia del paisano, lejos de resolverse a aceptar los ideales políticos de Amparo, a su modo, daba a entender que le parecía huero y vano todo el bullicio federal.

No te apure la flema de esta socarrona dijo Nieves dándola un pellizco en el brazo que estaba más al alcance de su mano derecha , que aunque no fuera embuste lo que aparenta, aquí estoy yo que me he asombrado por las dos...

El duque se dejaba venerar observándolos con mirada más socarrona que enternecida. Cuando volvían la espalda para irse, seguíalos con los ojos, bajaba los párpados lentamente, revolvía entre los labios la breva americana y se iba bosquejando en su rostro una sonrisa burlona que duraba todavía algunos segundos después de perderlos de vista. Las cosas siguieron en el estado de antes.

Nada, que no parece; hemos perdido la llave del armario o de la alacena... y aquí me tienes muerta de hambre. A ver, a ver, dame algo, socarrona; o meriendo, o me caigo de hambre. Dos veces a la semana se jugaba en su casa a la lotería o a la aduana. Se dejaba un fondo para una merienda en el campo; se nombraba una comisión para que lo preparase todo.

Así lo atestiguaban Isabel, Paquito y los demás, hablando confusa y atropelladamente, porque la indignación no les permitía expresarse con claridad. Disputábanse la palabra y se cogían a la tiita, empinándose sobre las puntas de los pies. Pero ¿dónde estaba el muy bribón? Jacinta vio aparecer su cara inteligente y socarrona. Cuando él la vio, quedose algo turbado, y se arrimó a la pared.

Mostraba al hablar una inocencia falsa y socarrona que no le hacía antipático. Detrás se veía siempre al antiguo granuja del mercadal de Valencia, diestro, burlón, receloso y marrullero. Pepa Frías le habló de negocios. La viuda era incansable en esta conversación.

Consejero, después de echar una mirada socarrona de absoluta indiferencia al grupo, convirtió de nuevo la vista a los naipes y murmuró: ¡El Redentor y la Magdalena! Pero Obdulia soltó al fin la mano del sacerdote y cayó al suelo, presa de un violento ataque de nervios. Entonces todas las señoras se precipitaron hacia ella y le prodigaron los cuidados de costumbre.