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Actualizado: 10 de junio de 2025


Los amos de las barcas se calientan el caletre buscando un nombre bonito para pintarlo en la popa. Una la Purísima Concepción, otra Rosa del Mar, aquélla Los Dos Amigos; pero llega la gente con su manía de sacar motes, y se llaman La Pava, El Lorito, La Medio Rollo, y gracias que no las distingan con nombres menos decentes. Sólo con este apodo la conocen. Bien le interrumpí, pero ¿y El Socarrao?

Yo me quedé en este sitio, queriendo verlo todo, y para mayor disimulo ayudaba a unos amigos que echaban al mar una lancha de pesca. El cañonero envió un bote armado, y saltaron a tierra no cuántos hombres con fusil y bayoneta. El contramaestre, que iba al frente, juraba furioso mirando a El Socarrao y a los carabineros, que se habían apoderado de él.

Y los carabineros, excelentes muchachos que viven entre nosotros y son casi de la familia, hacíanse á un lado, comprendiendo la situación y no queriendo perder á unos pobres. ¡Á tierra, muchachos! gritaba nuestro patrón. Vamos á embarrancar. Lo que importa es poner en salvo fardos y personas. El Socarrao ya sabrá salir de este mal paso.

El gentío se llevó las velas, las anclas, los remos: hasta desmontamos el mástil, que se cargó en hombros una turba de muchachos, llevándolo en procesión al otro extremo del pueblo. La barca quedó hecha un pontón, tan pelada como usted la ve. Y mientras tanto, los calafates, brocha en mano, pinta que pinta. El Socarrao se desfiguraba como un burro de gitano.

Desde entonces continuó el viejo que está aquí preso el pobre Socarrao. Pero no tardará en hacerse a la mar con su antiguo amo. Parece que ha terminado el papeleo; lo sacarán a subasta, y se lo quedará el patrón por lo que quiera dar. ¿Y si otro da más? ¿Y quién ha de ser ese? ¿Somos acaso bandidos?

Pero con estas invenciones de los hombres, la vela ya no es nada, y el buen marinero aún vale menos. No es que nos alcanzaban, no señor. ¡Bueno es El Socarrao para dejarse atrapar teniendo viento!

No es que nos alcanzaban, no señor. ¡Bueno es El Socarrao para dejarse atrapar teniendo viento! Navegábamos como un delfín, con el casco inclinado y las olas lamiendo la cubierta; pero en el cañonero apretaban las máquinas y cada vez veíamos más grande al barco, aunque no por esto perdíamos mucha distancia. ¡Ah! ¡Si hubiéramos estado á media tarde!

Y los carabineros, excelentes muchachos que viven entre nosotros y son casi de la familia, hacíanse a un lado, comprendiendo la situación y no queriendo perder a unos pobres. ¡A tierra, muchachos! gritaba nuestro patrón . Vamos a embarrancar. Lo que importa es poner en salvo fardos y personas. El Socarrao ya sabrá salir de este mal paso.

Había para todos; para los de uniforme, pobrecitos que no saben cómo mantener su familia con dos pesetas, y para nosotros la gente de mar. Pero el negocio se puso cada vez peor, y El Socarrao hacía sus viajes de tarde en tarde, con mucho cuidado, pues le constaba al patrón que nos tenían entre ojos y deseaban meternos mano. En la última correría íbamos ocho hombres á bordo.

Miró el viejo á todos lados, y convencido de que estábamos solos, dijo con sonrisa bonachona: Yo iba en él, ¿sabe usted? Esto no lo ignora nadie en el pueblo; pero si yo se lo digo es porque estamos solos y usted no irá después á hacerme daño. ¡Qué demonio! Haber ido en El Socarrao no es ninguna deshonra.

Palabra del Dia

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