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La gente que estaba en esta playa no tardó en vernos, y la noticia circuló por todo el pueblo. ¡El Socarrao venía perseguido por un cañonero! Había que ver lo que ocurrió. Una verdadera revolución: créame usted, caballero. Medio pueblo era pariente nuestro, y los demás comían más o menos directamente del negocio. Esta playa parecía un hormiguero.

El bizarro y extraño nombre de Socarrao me admiraba algo, y de ello se apercibió el pescador. Son motes, caballero; apodos que aquí tenemos, lo mismo los hombres que las barcas. Es inútil que el cura gaste sus latines con nosotros; aquí quien bautiza de veras es la gente.

Confieso que temblamos un poco. Nos veíamos cogidos, y ¡qué demonio! ir á la cárcel como un ladrón por ganar el pan de la familia, es algo más temible que una noche de tormenta. Pero el patrón de El Socarrao es hombre que vale tanto como su barca. Chicos, eso no es nada. Sacad la vela nueva. Si sois listos no nos cogerán. No hablaba á sordos, y como listos no había más que pedirnos.

El patrón cambió el rumbo. Estábamos frente á Torresalinas. Todos éramos de aquí y contábamos con los amigos. El cañonero, viéndonos con rumbo á tierra, no disparó más. Nos tenía cogidos, y seguro de su triunfo, ya no extremaba la marcha. La gente que estaba en esta playa no tardó en vernos, y la noticia circuló por todo el pueblo. ¡El Socarrao venía perseguido por un cañonero!

Pero el negocio se puso cada vez peor, y El Socarrao hacía sus viajes de tarde en tarde, con mucho cuidado, pues le constaba al patrón que nos tenían entre ojos y deseaban meternos mano. En la última correría íbamos ocho hombres a bordo.