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Lo más singular era que ni en aquel estado mísero hubo de abandonar mi buen Thiers la contabilidad de su casa. Mientras estuvo en el lecho, dio a su mujer las llaves de la gaveta donde tenía el dinero; pero desde que se levantó quiso empuñar de nuevo las riendas del gobierno y ejercer aquella soberana función, que es el atributo más claro de la autoridad doméstica.

Y luego ¡qué de luchas, de sacrificios, de siglos de labor, pasando la obra del progreso de generacion en generacion, como la herencia de la humanidad entera! ¡Cuánto no ha sido necesario para que el hombre fundase su imperio sobre la Creacion, encadenando los elementos bajo su planta soberana y guiando su quilla triunfadora bajo la inspiración de la ciencia!

-Y ¿tiénesla todavía en la memoria, Sancho? -dijo don Quijote. -No, señor -respondió Sancho-, porque después que la di, como vi que no había de ser de más provecho, di en olvidalla. Y si algo se me acuerda, es aquello del sobajada, digo, del soberana señora, y lo último: Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura.

Por la tarde tenía su famosa tertulia de canónigos y graves señores, a los que recibía con un aire de soberana. Estos eran los que iban a heredarla, como mandatarios y representantes de varias corporaciones de carácter religioso. La debía visitar inmediatamente, sorprenderla en su soledad después de la misa y los ejercicios matinales. Doña Juana vivía en un palacio inmediato a la catedral.

Pero, en realidad los músicos, al meter los delirios y locuras entre las cinco rayas paralelas y los huecos de las mismas que forman el pentágrama, sujetan a razón su melografía delirante; de donde se desprende que la razón, aun tratándose de locuras melodiosas, es y será siempre, antes que la música, el arte de las artes, la facultad soberana del humano espíritu.

Resultado de todo fue que, para dar expansión a las fogosas emociones que la noticia había despertado en su alma y para dar claro testimonio al mundo entero del profundo disgusto que un matrimonio tan extravagante les causaba, la juventud laciense dispuso una soberana farsa a cuyos comienzos asistimos.

La Soberana vestía de amarillo, de un color así como nuestros pensamientos cuando estamos entre alegres y tristes. Expresaba esto el ciego con dificultad, supliendo las torpezas de su lenguaje con el juego fisonómico de la convicción, y los mohines y gestos elocuentes.

Al pueblo siempre anuncia la campana Lo que ha sido, lo que es, lo que será: Cuando á su trono se alza soberana La virtud que combate á la maldad; Y cuando los tiranos en su cuello Han posado su planta ignominiosa ¡Ay! entonces resuena dolorosa Cual llorando perdida libertad.

Entonces os desarmé, pero ahora que que sois don Rodrigo Calderón, os mato. Al decir el joven estas palabras, don Rodrigo Calderón dió un grito. La daga de Juan Montiño se le había entrado por el costado derecho. Y entre tanto Quevedo daba una soberana vuelta de cintarazos, sin chistar, á un bulto que había venido en defensa de don Rodrigo.

Su cara parecía de marfil, contorneada con exquisita finura; mas teniendo su tez la suavidad de la de una doncella, era varonil en gran manera, y no había en sus facciones parte alguna ni rasgo que no tuviese aquella perfección soberana con que fue expresado hace miles de años el pensamiento helénico.