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8 Y José conoció a sus hermanos, pero ellos no le conocieron. 9 Entonces se acordó José de los sueños que había soñado de ellos, y les dijo: Espías sois; por ver lo descubierto de la tierra habéis venido. 10 Y ellos le respondieron: No, señor mío; mas tus siervos han venido a comprar alimentos. 12 Y él les dijo: No; a ver lo descubierto del país habéis venido.

Yo me había soñado que seriamos muy buenos amigos.... Usted sería el confidente de mis tristes amores; yo, de los venturosos amores de usted. Pero el caballero don Rodolfo no tuvo confianza, en Gabriela, en la pobre Gabriela que amaba y no era feliz. Y me decía yo: ¡Dichosa Linilla! Ama, y es amada!... En aquellos momentos principiaron los fuegos.

La alemana gimió de sorpresa, de asombro, casi de miedo, como el que ve realizarse de pronto algo inverosímil con lo que ha soñado muchas veces sin esperanza alguna. Se mantuvo rígida en el brazo de él, no intentó la menor resistencia, y con un suspiro de niña que se desmaya, dejó caer la cabeza en su hombro. Lloraba.

Camila Liénard se ruborizó y abrió inmensamente sus hermosos ojos. Delaberge prosiguió: En ese retrato que hizo usted del marido soñado, pienso que no es imaginario todo... Puede que haya en alguna parte un ser real en quien usted pensase... inconscientemente, cuando me iba enumerando las cualidades de su ideal. No... no, yo se lo aseguro; yo no ...

Ella había soñado algo más brillante. Pero su indecisión fué corta. Aquella muchacha tímida era tal vez la mejor compañera para Ulises. Además, estaba preparada, por lo que había visto en su infancia, para ser la mujer de un marino... ¡Adiós al catedrático! Se casaron.

, esa palabra que tanto ansié de tus labios... al fin la he oído... y el corazón me dice que es sincera... ¡Me amas!... ¡Oh cielos, desatad sobre vuestros rayos!... ¡que ni aun por eso os negaría mi adoración!... ¡mi adoración por este momento tanto tiempo anhelado!... ¡tanto tiempo soñado! Ella besaba sus manos llorando.

Entonces le contó a mi tía, muy en secreto, que la «muñeca» quería dejar el mundo y hacerse hermana de la Caridad. El santo sacerdote estaba muy triste. Todos temíamos que aquel monjío le costara la vida. ¡Hágase la voluntad de Dios! exclamaba. Yo me había soñado que Linilla y Rodolfo.... Pero, en fin.... ¡Vaya con la «muñeca»! ¡Dios me la trajo y Dios se la lleva!

¡Señor... Señor... Señor!... Le era imposible decir más. Creyó que había sonado un trueno, haciendo estremecerse la vieja casa; que un nubarrón acababa de pasar ante el sol, obscureciéndolo; que el mar se volvía plomizo, avanzando en encrespadas olas contra la muralla.

, como yo confío, desde el mundo mejor en donde moras, ves nuestro llanto y este dolor mío, ¡consuélete el saber que a todas horas al miramos sin , sentimos frío! ¡Y qué pena tan fiera es para mi pensar que no has logrado ver realizada una ilusión que era algo hermoso que habías soñado desde los tiempos de tu edad primera!

Pero ni el nene había soñado jamás con la piedra filosofal, ni reparaba en los rendimientos de sus empresas cuando maldito el capital arriesgaba en ellas.