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Actualizado: 4 de junio de 2025
Los dos vandoleras, de Lope de Vega. Olvidar para vivir, de Miguel Bermúdez. El hijo por engaño y Toma de Toledo, de Lope. La locura cuerda, de Juan de Silva Correa. Los Médicis de Florencia, de D. Diego Enciso: representóla Cebrián. El burlador de Sevilla, de Tirso: representóla Roque de Figueroa. Marina la porquera, del bachiller Andrés Martín Carmona.
Por último, D. Gaspar de Silva avanzó por el escenario con un papel en la mano. «¡Silencio! ¡Chis, chis!... ¡Que se callen! ¡Silencio! ¡Fuera! ¡Chis, chis!» En medio de un silencio religioso, el famoso vate de Peñascosa comenzó a leer con voz dramática una Oda a la Religión. Los temas sagrados no eran su especialidad.
D. Gaspar de Silva, poeta famoso en la villa, tanto por sus versos como por sus callos, sufrió la operación cesárea de uno de éstos que le hizo con gran destreza el chico mayor de D.ª Trinidad. De igual modo otra porción de vecinos respetables experimentaron molestias sin cuento en aquella mañana memorable en que por vez primera cantaba misa un joven de la villa.
Aprovechando un momento de descuido, una de las hembras pudo huir, sin ser vista, yendo á refugiarse al convento de San Francisco de Paula, según después se supo, y ya bien asegurada la otra, dijo llamarse Leonor de Silva, ser casada con un sujeto de nombre Juan Ruíz, del cual no sabía nada hacía tres meses, pero tenía noticias de que vivía con unas hermanas suyas en la calle del Azafrán.
D. Joaquin Campana, Abogado de esta Real Audiencia; el Sr. Dr. D. José Darragueira, idem; el Reverendo Padre, Fray Ramon Alvarez, Provincial de San Francisco; el Sr. Dr. D. Pascual Silva Braga, Presbitero; el Reverendo Padre, Fray Manuel Alvariño, Prior de Santo Domingo; el Sr. D. José Laguna, Capitan de fragata de la Real Armada; el Sr.
Eran más de cien los comensales, que ocupaban tres mesas paralelas, situadas en el recinto de las butacas. En el escenario se colocó el coro de muchachas ensayadas en el Ágora por D. Gaspar de Silva y el director de la murga municipal. Los palcos estaban ocupados por cuanto de elegante, aristocrático y exquisito guardaba Peñascosa en su seno.
Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.
Además, nos explicó lo que cada uno podía alegar en su propia defensa. El negocio de los chinos lo hacían únicamente el capitán Zaldumbide, el médico y el portugués Silva Coelho; a éstos los habían matado los chinos por haberles engañado. Respecto a la trata, nadie sabía nada. Si el barco se había dedicado a este negocio, era antes de que entráramos en él.
El piloto nos hizo beber a los cuatro vascos y al timonel un poco de líquido. Frans Nissen, indiferente a todo, con una brújula pequeña de mano, seguía en la rueda del timón. A eso de la media noche sonaron dos golpes fortísimos en la puerta. ¿Quién va? dijo el piloto. Yo contestó Silva el portugués. ¿Qué queréis? Han matado al capitán. ¡Rendíos! No se os hará nada.
Cierto... Ese prólogo debe darle a usted extraordinaria importancia. Por lo demás, no he publicado otras cosas... Conque una oda y otra oda dije yo recapitulando y una silva, anacreónticas, una traducción original, un folletito que no llegó a publicarse, y un prólogo que se publicará... Eso es. Precisamente.
Palabra del Dia
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