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Actualizado: 27 de mayo de 2025


¡Con que gusto miraba sus cabellos agitados por el viento, su andar ligero y su aire de regocijo, tantas veces espiados por mi, desde la ventana de la galería, mientras que la lluvia azotaba los vidrios y mugía y silbaba el viento entre las puertas desvencijadas de la vetusta casa!

El sol llegaba a los pies de Quintanar arrancando chispas de los abalorios y cinta dorada de las babuchas semi-turcas. El carpintero silbaba, el tordo, el mejor tordo de la provincia, que Quintanar llevaba de habitación en habitación, silbaba también colgada de un alambre su jaula. Ana contempló en silencio a su marido. «¡Era su padre! ¡Le quería como a su padre!

D. Salvador silbaba, cantaba vidalitas, pero se aburría, porque D. Salvador era hombre social y le gustaba en extremo echar su párrafo. A eso de las 8 de la mañana, le pareció distinguir bastante lejos, como a una legua larga, a un viajero que, montado como él en una mula, trepaba una cuesta.

Se acercaba al estante con mucha cautela; sacaba una llave, abría el cajón inferior, tomaba un libro, dejaba otro que venía oculto bajo la esclavina, escondía el primero entre sus pliegues y cerraba el cajón. Se acercaba a la mesa, después de respirar fuerte, silbaba la marcha real, y fingía echar un vistazo a los periódicos. ¡Periódicos a él!

Era el público que salía del mitin y se detenía ante los balcones de las mejores casas, protestando de las colgaduras en honor de la Señora de Vizcaya. La gente silbaba: comenzaban á volar las piedras por encima de la negra masa: caían con estrépito las vidrieras rotas. Aresti se vió solo.

Sabiéndolas de memoria, las mujeres viven más avisadas, y a poquito que los maridos se deslicen... ¡tras!, ya están cogidos. «Que me lo tienes que contar todito... Si no, no te dejo vivir». Esto fue dicho en el tren, que corría y silbaba por las angosturas de Pancorvo. En el paisaje veía Juanito una imagen de su conciencia.

Mientras silbaba una marcha militar, se puso a vestirse con una especie de compunción, meditando sobre una arruga del dormán como si se tratase de un asunto de importancia, contrariado por una gota de agua que alteraba el lustre inmaculado de las botas y afilando dos veces la navaja de afeitar para más seguridad. ¿Está contento mi coronel? decíale su tía.

Temblaban de miedo al entrar en ciertas gargantas en cuya oscuridad brillaba el fogonazo y silbaba la bala, al no obedecer ellos al ¡boca abajo! de los guardias emboscados. Algunos compañeros habían muerto en estos malos pasos. Además, los enemigos se vengaban de las largas esperas al acecho y de la inquietud que les inspiraban los caballistas, dando tremendas palizas a los de a pie.

El viento, cada vez más fuerte, silbaba por entre la arboladura, que crujía fatídicamente. Las velas se agitaban en todas direcciones como trapos puestos a secar. El barco no podía mantenerse en equilibrio, porque el viento no tenía dirección fija, y allá a lo lejos, en las costas de la tierra de Arnheim y de la de Torres tronaba y relampagueaba sin cesar.

Quisieron mis hados, o por mejor decir mis pecados, que una noche que estaba durmiendo, la llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de tal manera y postura, que el aire y resoplo que yo durmiendo echaba salía por lo hueco de la llave, que de cañuto era, y silbaba, según mi desastre quiso, muy recio, de tal manera que el sobresaltado de mi amo lo oyó y creyó sin duda ser el silbo de la culebra; y cierto lo debía parecer.

Palabra del Dia

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