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Actualizado: 8 de junio de 2025
Le inquietaba un poco la humildad de su situación. ¿Qué diría Valeria, cuando fuese su esposa, al enterarse de lo poco que ganaba como sabio?... Pero inmediatamente ponía su esperanza en el juego, aquella fortuna no sospechada que se le ofrecía ahora diariamente. Que siga esto unos cuantos meses afirmaba ante el coronel , y habré reunido un capitalito antes de terminar el período de mis estudios.
Fue un movimiento del que se arrepintió a los pocos instantes, cuando sus palabras ya no tenían remedio. Siga usted su buena suerte, Maltrana. Y como puede traerle perjuicios y disgustos el ser amigo mío, que cada cual eche por distinto lado... y como si no nos conociésemos. Habían pasado sin hablarse la tarde y la noche del día anterior.
¡Mi conciencia!... esto sí que es raro... se lo cuento a usted como pasó... no se me alborotaba cuando cometía yo aquellos pecados tan refeos... Le diré a usted más, aunque se horrorice... mi conciencia me aprobaba... vamos al caso, me decía una cosa muy atroz, me decía que mi verdadero marido... No siga usted interrumpió la santa alarmadísima, creyendo sentir ruido en la alcoba. Es horrible.
Yo soy un hombre que adora los ideales, que no vive sólo de la vil materia. Yo desprecio la vil materia, yo sé desprenderme del frágil barro... Entiendo, entiendo... Siga usted. Digo que en mi espíritu vive la imagen de aquella mujer... y la veo como un ser real, como un ente... no puedo explicarlo... como un ente, no figurado, sino tangible y... ¡Oh! sí... lo comprendo. Lo mismo me pasa a mí.
El hombre permaneció silencioso durante unos minutos con su único ojo fijo en mí, inmóvil e irritado. ¡Ah! exclamó al fin con impaciencia. Veo que lo ignora usted todo completamente. Tal vez es mejor que siga así. Luego añadió: Hablemos ahora de otro asunto, del porvenir. ¿Y qué tiene el porvenir? le interrogué. He sido nombrado secretario de Mabel Blair y administrador de sus bienes.
Ha, espero que me la enseñará vm., dixo el ingenuo Candido. Ya la verá vm., dixo Cunegunda, pero sigamos el cuento. Siga vm., replicó Candido.
Esa mujer no volverá aquí. ¿No me abandonó? Pues que siga su camino. Te abandonó a impulsos de ese instinto que llevan en sí todos los seres sanos: el instinto de la conservación de la especie, que embellece la poesía llamándolo amor.
La música cesó. Todos miraban con ansiedad hacia el lado de la explanada donde estaban los de la riña. Siga la juerga ordenó Dupont como un tirano bondadoso. Aquí no ha pasado nada. Sonó otra vez la música, reanudaron la danza las parejas, y el señorito volvió al corro. La silla de Mariquita estaba desocupada. Miró en torno y no vio a la joven en toda la plazoleta.
Sed caballero y leal, y tened por seguro que aunque no volváis á verme vuestra fortuna ha de dar envidia á muchos. ¡Oh! ¡esperad! ¡esperad, señora! ¿No os he dejado una prenda? Pero... No puedo detenerme más. Adiós; impedid que ese hombre me siga. Adiós. Y la tapada tiró una calleja adelante. El bulto que estaba parado á alguna distancia, adelantó á buen paso.
El pobre murió de mala manera. ¿Le conoció usted?... No, hija mía. Siga usted, que la oigo con mucho interés.
Palabra del Dia
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