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Pero si prescindimos de esta falta esencial, no podremos menos de admirar muchas bellezas parciales, como, por ejemplo, la descripción que se lee en el canto quinto del templo de la Ambición, caprichosa, aunque en general digna de su ingenio; la pintura de la peste y de la muerte de la Sibila, en el mismo canto; la historia amorosa de Cloridante y de Brazaida, y la batalla de los caballeros, en el canto décimo, por la espada de D. Juan de Aguilar; el episodio de la judía Raquel, en el décimo noveno, etc.

El argumento es tan refractario á toda dramatización poética, que hubiera sido difícil á Calderón, hasta en la época en que sus facultades poéticas se encontraban en toda su fuerza, darle la forma de un drama perfecto. Sobre la vida de San Francisco de Borja, tan famoso en España, véase á Tanner, Societas Jesu, pág. 121: Pragæ, 1694. La sibila del Oriente.

El poeta ha hecho gala de su devoción en esta obra admirable, revistiéndola de la solemne poesía del Antiguo Testamento. «Si, en generaldice Malsburg, «es la adoración de un sér más alto la fuente primera de toda poesía, ningún otro poeta ha levantado un monumento tan magnífico en loor suyo como Calderón en su Sibila del Oriente, escrita, al parecer, en una edad avanzada, cuando su alma se ocupaba sólo en los portentos admirables de la religión.

Conocía de un cabo á otro el faubourg Saint-Germain, teatro imprescindible de las novelas de su homónimo, y trataba familiarmente á los personajes que allí figuraban. Estaba á la vez enamorado de Julia Trecœur la Petite comtesse y Sibila, y admiraba profundamente el carácter extravagante y las maneras cortesanas y el valor de Monsieur de Camors.

Por último, después de la tal cuadrilla venía el carro alegórico del Piadoso Eneas de las Españas, mescolanza religiosa-mitológica-teatral, en la que iba una figura representando á Felipe V en forma de Eneas, otro á san Fernando y otro á la Sibila, que tenía el doble significado de representar también á la Virgen María, para aclaración de lo cual llevaba un tarjetón con estos versos: «María, mejor Sibila, no á Eneas, sino á Filipo, le muestra en Fernan tercero de que en Lis, Leon y Castillo

Conmovidos y aterrados, contemplamos el semblante de doña María, que reclinada en el sillón, con la barba apoyada en la mano, silenciosa, ceñuda primero como una sibila de Miguel Ángel, y conmovida después, pues también las montañas se quebrantan al sacudimiento del rayo, derramó lágrimas abundantes. Parecía que su rostro se quemaba. Su llanto era metal derretido.

Valgan como ejemplo la famosa Sibila Eritrea y más aun la linda hija de un honrado lucumon etrusco que vino acompañándola. Ella cautivó de tal suerte con su gentil presencia y con su mucha discreción a nuestros antepasados, que consiguió la dotasen de pasmosa sabiduría.

Por cierto que allí me encargué unas, que me costaron seis napoleones... ¡pero qué hechura, qué género! Me duraron hasta el año de la muerte de Prim... Ese Octavio, ¿de qué es autor? De Sibila y otras obras lindísimas. No le conozco... Creo confundirle con Eugenio Sué, que escribió, si no recuerdo mal, los Pecados capitales y Nuestra Señora de París. Los Misterios de París, quiere usted decir.

Plantea, pues, lo que llaman ahora conflicto o problema religioso, y le plantea por medio de una fábula, que no deja de guardar cierta analogía lejana con la de Sibila, de Octavio Feuillet, y la de Gloria, de Galdós. Es un libro sin unción y sin nervio.

Narcisa, enterada del suceso, tuvo la más despiadada y cruel sonrisa para la boca abierta de la madre y de la caja, y encogiéndose de hombros comenzó a congratularse de haber acertado en sus pronósticos. Y todos sus ademanes y sus dichos eran una jactancia orgullosa de sibila, una mofa hiriente y sangrienta para la desmelenada señora....