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Catalina Lefèvre, sentada en el suelo, con las agudas rodillas entre los brazos descarnados, las facciones rígidas y duras, los cabellos sueltos, que caían sobre sus verdosas mejillas, la vista huraña y el mentón apretado como un tornillo de carpintero, parecía una vieja sibila, sentada en medio de los brezos. Catalina había enmudecido.

Encorvada la horrenda sibila, alumbrada por el vivo fuego del hogar y la luz de la lámpara, ponía miedo su estoposa pelambrera, su catadura de bruja en aquelarre, más monstruosa por el bocio enorme, ya que le desfiguraba el cuello y remedaba un segundo rostro, rostro de visión infernal, sin ojos ni labios, liso y reluciente a modo de manzana cocida.

No es allí, por ejemplo, como en Nápoles y en sus alrededores, donde cada piedra, cada escollo y cada gruta tiene su leyenda y evoca las sombras de uno o de muchos personajes históricos o míticos: Ulises, las Sirenas, Eneas, la Sibila de Cumas, los héroes de Roma, los sabios de la magna Grecia, Aníbal olvidándose de sus triunfos en las delicias de Capua, Alfonso de Aragón el Magnánimo haciendo renacer y florecer la antigua clásica cultura, todo esto acude a la mente del que vive en Nápoles y hasta se pone en consonancia con los nombres sonoros y nobles que conservan los sitios: el Posilipo, el Vómero, Capri, Ischia, Sorrento, el Vesubio, Capua, Pestum, Cumas, Amalfi y Salerno.

Algunas tardes se iban á pasear juntos los dos tacaños, charla que te charla; y si en negocios era Torquemada la sibila, en otra clase de conocimientos no había más sibila que el Sr. de Bailón.

Ved por dónde aquella señora se convirtió en sibila, intérprete de toda la ciencia humana, pues le descifraba al niño los puntos oscuros que en los libros había, y aclaraba todas sus dudas, allá como Dios le daba a entender.

Menéndez y Pelayo; pero, hablando con franqueza, su Antología hubiera valido más, si en vez de constar de cuatro gruesos tomos hubiera constado sólo de dos, y aun de uno: su Antología se asemeja á los libros proféticos que la Sibila de Cumas vendió á Tarquino el Antiguo.

Primero eran nueve y Tarquino no los quiso comprar; luego la Sibila los redujo á seis, y Tarquino no los compró tampoco; y por último, la Sibila los redujo á tres y pidió por ellos tres veces más de lo que por los nueve había pedido. Tarquino los compró entonces. Y es de suponer que si la Sibila los hubiera reducido á uno solo, Tarquino hubiera dado por él más dinero.

Y sin embargo de estas prosas, el muy arrastrado se parecía al Dante y ¡había sido sacerdote en Egipto! Cosas de la picara humanidad.... «Vaya si lo tienen repitió la sibila, preparándose á ilustrar á su amigo con una opinión cardinal. ¡Lo bueno y lo malo... como quien dice, luz y tinieblasBailón hablaba de muy distinta manera de como escribía. Esto es muy común.

Nuestros anales refieren entre los reyes ungidos y coronados á D. Pedro 3.º llamado el de los franceses, nieto de D. Pedro el Católico, é hijo de D. Jaime el Conquistador: á D. Alonso 3.º llamado el Franco: á D. Jaime 2.º el Justo, á D. Alonso 4.º el Benigno, á D. Pedro 4.º el Ceremonioso, á D. Juan 1.º el Amador de la gentileza, á D. Martin y á D. Fernando 1.º el Honesto: y las reinas que gozaron el honor de la coronacion, fueron doña Constanza, doña Sibila, doña Maria de Luna y doña Leonor, esposa la primera del rey D. Pedro el de los franceses, la 2.ª de D. Pedro el Ceremonioso en cuartas y últimas nupcias, la 3.ª de D. Martin, y la última de D. Fernando el Honesto.

Otras veces le acometían inquietudes convulsivas de sabandija y retorcimientos de sibila, según la materia y el modo de explicarla el catedrático, y en tales casos tomaba notas taquigráficas, agitando fieramente el pupitre. Los estudiantes le estimaban, le respetaban y se aleccionaban con él.