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Actualizado: 8 de junio de 2025
El caballo se paró en firme, aculándose sobre los corvejones y arrojando espuma y sangre por la boca, pues había chocado con una encina. A pesar de lo rápida que fue la caída, Luisa había visto algunas sombras pasar como el viento detrás del seto, y había oído una voz terrible, la voz de Marcos Divès, que gritaba: «¡Adelante! ¡Atravesadlos!»
Allende el seto vive un pariente de mi mujer, pero la suya es lo más mordaz y maldiciente que conozco y como mi aventura llegase á oidos de aquella bruja no me atrevería á asomar la cara fuera de mi casa en un mes. Pero si vos quisierais, mi buen señor, podríais hacerme una grandísima merced con sólo desviaros de vuestro camino cosa de dos tiros de ballesta y....
Apretaba el Tuerto contra su pecho corto y ancho trabuco, y, después de girar hacia todas partes el único lucero de su fea cara, de aguzar el oído, de olfatear, por decirlo así, el aire, arrimóse al murallón, medio arrodillándose tras de un seto de zarzas y brezo que lo guarnecía.
Para teatro de la fiesta se eligió una pradera separada de la romería por un regato, ó por un seto transparente, pues sobre este punto tampoco están las crónicas muy de acuerdo, y para orquesta se ajustaron, por horas, un violinista y un gaitero trashumantes, de los muchos que había en la romería, y acaso los únicos que á la sazón se hallaban desocupados.
Cuando pensaba así, oyó el Magistral a su espalda, detrás del árbol en que se apoyaba, al otro lado del seto, una voz de niño que recitaba con canturia de escuela «Veritas in re est res ipsa, veritas in intellectu...» Era un seminarista de primer año de filosofía que repasaba la primera lección de la obra de texto, Balmes.
Entretanto sus ojos acechaban la casa vecina. ¡Cuán intensa fascinación cobraron entonces para él, en la frescura matinal y entre el canto de los pájaros, aquellas entornadas celosías que le hacían pensar en el sueño de su amada! Cierta tarde, entre un claro del ramaje, vio pasar a Beatriz, que no quitaba los ojos del seto. El mancebo se mostró.
Sí, está en casa; dice ella sin dejar de mirarlo. «¿Qué diablos querrá contigo?» piensa el soldado tratando de vencer su timidez. Después de su estancia en Berlín, Juan tiene algunos motivos para considerarse un poco conquistador, y es para él una cuestión de honor aproximarse al seto y trabar conversación con la joven. ¿Se trabaja? pregunta, por decir algo.
De pronto salió de entre un seto de arbustos un hombre y se oyó una imprecación soez, que traducida al lenguaje de las personas beneparlantes pudiera sonar así: ¡Mala mujer! Hubo ademanes violentos, y un cuerpo cayó.... Llegaba en esto corriendo otra figura humana, que venía también del hotel por la escalera, e interponiéndose, se inclinó para recoger a Lucía.
A ella se le antojaban extravagancias, porque desde niña tenía un instinto de orden y tranquilidad y le parecía mal que Martín fuese tan loco. Los Ohandos eran dueños de un jardín próximo al río, con grandes magnolias y tilos y cercado por un seto de zarzas. Cuando Catalina solía ir allí con la criada a coger flores, Martín las seguía muchas veces y se quedaba a la entrada del seto.
Cuando Mantoux redoblaba el paso, el duque corría detrás de él, como si tuviese alas; cuando aquél volvía la cabeza, el duque se tendía sobre el vientre y se metía en los fosos o se replegaba adosado a un seto espinoso de cactus o de granados. Se detuvo al fin junto a la valla. Una voz secreta le dijo que el único balcón donde se veía luz era el de la señora Chermidy.
Palabra del Dia
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