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o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero, tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.

Simón Aluardo, para serviros. Pues mírame bien, camarada, y no tendré necesidad de nombrarme. ¡Mala bombarda me parta si no es esa la cáfila de Reno el arquero! Embrasse-moi, camarada; y ambos amigos se estrecharon como dos osos. , el arquero Reno, ahora ballestero al servicio del barón, y casi olvidado ya de disparar ballesta ó arco.

Yo no tengo nada que ver con eso; vos tuvisteis la bondad de darme ese dinero, dejad eso quieto, a me es indiferente. Yo sólo trataba de serviros vendiendo el caballo, sabía que mañana no es cómodo ir tan lejos. Godfrey permaneció en silencio durante un rato.

-Yo soy el que tengo de serviros y acompañaros -respondió don Quijote-, y agradezco mucho la merced que se me hace y la buena opinión que de se tiene, la cual procuraré que salga verdadera, o me costará la vida, y aun más, si más costarme puede.

Pues bien; detendré á ese hombre... detened vos, evitad, avisadme de lo que pueda hacerme daño. ¿Cuándo prendéis á Quevedo? Al momento. Pues desde el momento empiezo yo á serviros. Adiós, señor. Id, id en paz, doña Catalina, y que Dios os perdone. La condesa salió. La escena que acaba de tener lugar entre el padre y la hija no podía ser más repugnante.

Pusosele en las manos; mas aunque fuese Zadig vorsado en muchos idiomas, no pudo conocer ni una letra, con lo qual se aumentó su curiosidad. Muy triste pareceis, le dixo el buen padre. ¡Tanto motivo tengo para estarlo! respondió Zadig. Si me dais licencia para que os acompañe, repuso el anciano, acaso podré serviros en algo; que á veces he hecho baxar el consuelo á las almas de los desventurados.

Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría; mas, como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de manera que don Quijote vino a correrse y a decirles: -Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero no vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante; que el mío non es de ál que de serviros.

Mas lo que yo podré hacer por serviros es lo que ahora diré: corred y decid a vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré della.

Vais á estar como príncipes; os traerán brasero, que hace frío... y... necesito dejaros para serviros mejor... conque... ya veréis, caballeros, ya veréis. El hostelero salió, y los jóvenes acababan de sentarse cuando se oyó en la calle una voz angustiosa y desesperada que gritaba: ¡Ladrones! ¡Ladrones!

Vengo a haceros partícipes de los auspicios que os extienden las provincias litorales para aliviar vuestras desgracias, y a serviros de apoyo contra la crueldad y perfidia de vuestros opresores. No trato de sorprenderos ni de llamaros en mi auxilio; lo primero sería engañaros; lo segundo, un insulto a la decisión con que constantemente se han mantenido las provincias por la causa de la libertad.