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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Esos le ahorrarán a usted el trabajo dijo Sarto. Vámonos. Tenía razón. Los que llegaban eran sin duda servidores de Miguel, enviados para hacer desaparecer las huellas de su crimen. Ya no vacilé, pero se apoderó de mí un deseo irresistible de castigarlos, y señalando al cadáver del pobre José, dije a Sarto: Venguémoslo, coronel! ¿Desea usted proporcionarle compañía, eh?
Hubiese usted sentido orgullo anoche y esta mañana al ver cómo desfilaban miles y miles de varones que han abrazado nuestra causa y desean morir en defensa del beneficioso régimen organizado por las mujeres. El flamante capitán se interrumpió para mirar abajo, extrañándose de la soledad de la playa. Todos los servidores habían desaparecido.
Acordábase de lo que había leído años antes en los documentos del archivo de Simancas, cuando tomaba notas para una obra de encargo. La monarquía andaba escasa de dinero en aquellos tiempos, y sus servidores, dando por inútiles las peticiones monetarias, solicitaban como premio concesiones y cargos.
Y llegándose a ellos, les preguntaron si eran de la cofradía. Rincón respondió que sí, y muy servidores de sus mercedes. Llegóse en esto la sazón y punto en que bajó el señor Monipodio, tan esperado como bien visto de toda aquella virtuosa compañía. Parecía de edad de cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, alto de cuerpo, moreno de rostro, cejijunto, barbinegro y muy espeso; los ojos, hundidos.
Tal vez esperaba la muerte como una liberación, aquella muerte cuya proximidad adivinaba al trabajar en el escandaloso edificio objeto de sus cóleras. Morir era una solución para aquel hombre sencillo, que se indignaba contra un mundo apartado de los sanos principios y contra la mala suerte que convertía en aprendices del crimen a los hijos de los servidores de la ley.
Un historiador moderno, al tratar este asunto, escribe: «Que aunque se dice de Valencia que por acuerdo del Consejo general en 16 de Julio de 1378 se encargó un reloj de torre á cierto mecánico extranjero de paso por la ciudad, sólo consta que en 1403 y en 12 de Febrero resolvió aquel municipio labrar una campana, y que batiesen las horas dos servidores asalariados á este propósito.»
No por cierto: servís á sus enemigos. Yo creía que esos caballeros podían muy bien ser enemigos entre sí, pero al mismo tiempo leales servidores del rey. Os engañáis; todos los que hoy se agitan alrededor del rey, piensan antes en su provecho que en lo que conviene á su majestad.
Mientras Baltasar se divierte con sus compañeros y compañeras, al son de agradable música, la Muerte se confunde con sus servidores, é intenta de nuevo atraerlo al buen camino; pero su voz no se oye en el estrépito de la fiesta. El plazo concedido termina ya; la Muerte presenta una copa á Baltasar.
El rico se sintió entristecido por este espectáculo y dijo 15 suspirando: ¡Oh, si yo pudiera ser rey! Y el ángel descendió del Cielo, y le dijo: ¡Que tu deseo sea satisfecho! El hombre fue Rey y se paseaba en una magnífica carroza 20 precedida y seguida de lujosos caballeros, y le rodeaban servidores que sostenían sobre su cabeza la sombrilla de oro.
Los únicos testigos de la tierna ceremonia fueron la baronesa, Tristán de Horla y una docena de arqueros y servidores del castillo.
Palabra del Dia
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