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Actualizado: 6 de julio de 2025


¿Pero cree usted que yo voy a poder ver a Germana en el altar mayor de Santo Tomás de Aquino, con el señor de Villanera a su derecha, la señora Chermidy a su izquierda con un niño de dos años en los brazos, y el sepulturero cerrando la comitiva? Eso es sencillamente abominable, mi pobre doctor. No hablemos más de ello... Diga usted... ¿Y es muy complicada esa ceremonia del reconocimiento?

Un hombre que sirvió al Rey doce años; que durante cuarenta y cinco había picado miles de miles de toneladas de piedra en esas carreteras de Dios, y que siempre fue bien mirado y puntoso, nada tenía que hacer ya, más que encomendarse al sepulturero para que le pusiera mucha tierra, mucha tierra encima, y apisonara bien.

Era generoso, y una vez casi lloró porque lo mandaron al Once de Septiembre y no le dieron dos pesos de los viejos para el tramway; era suertudo en lides de amor, y la mujer se le escapó con un sepulturero de la Recoleta, que se iba como administrador del Cementerio de Navarro ; era sobrio y por lo general lo arrestaban por ebrio; y era valiente, y hubo que darlo de baja porque desertó una consigna, perseguido por unos vendedores de diarios, que le quitaron el machete y el kepí.

No tardaron en venir las madres, las hermanas, los tiernos hijos, sosteniéndose entre , porque el dolor aflojaba sus desmayados cuerpos, alumbrándose con triste linterna para buscar al padre, al hijo, al esposo, al hermano. Hombres horribles, tipo medio entre el sayón y el sepulturero, cavaban la profunda y holgada fosa, donde eran arrojados los infelices muertos de ambos ejércitos.

El ataúd no tenía signo distintivo de ninguna especie que le diferenciase de los demás, así como tampoco había el sepulturero señalado el sitio donde se hallaba sepultada mi madre; debía ser abierta nuevamente la fosa, a fin de asegurar que nuestra piadosa intención no fuese burlada, y no nos llevásemos unos restos desconocidos en lugar de los de mi madre. ¡Olvidemos aquellos lúgubres detalles!

Tiene la boca amoratada, los ojos profundamente hundidos, y la mirada enloquecida de ansia. Es todo cuanto queda de un cocainómano. ¡Cocaína! ¡Por favor, un poco de cocaína! El sepulturero, sereno, sabe bien que él mismo llegaría a disolver con la saliva el vidrio de su frasco, para alcanzar el cloroformo prohibido. Es, pues, su deber ayudar al hombrecillo tiritante.

Cuando la tos no dejaba dormir al viejo guardián, hablaba a Gabriel de los años que llevaba de vida nocturna en la Primada. Era un oficio que tenía cierta semejanza con el de sepulturero; pasaban la vida entre muertos, en el silencio del abandono, sin ver a nadie hasta que terminaba la guardia.

Hablaba en voz baja y en tono algo cavernoso, lo que no dejaba de estar en armonía con la amarillez de su semblante y con los cabellos largos que entrambos lados de la cabeza le caían. Era además tan lúgubre en su carácter y en sus costumbres, que no faltaba razón á los que habían dado en llamarle sepulturero.

El amigo Spadoni, como pianista, encuentra siempre mesa franca en las «villas» de unas cuantas señoras valetudinarias y melómanas que habitan en Cap-Martin. Le convidan también con frecuencia unos ingleses de Niza. Tampoco tiene que preocuparse de pagar hotel. Dispone de toda una «villa», grande, elegante, bien amueblada, que le dan como sepulturero.

Es así como la fantasía de su paso ha llevado al sepulturero hasta una tumba abierta en que esa tarde ha habido remoción de huesos inconclusa por falta de tiempo. Un ataúd ha quedado abierto tras la verja, y a su lado, sobre la arena, el esqueleto del hombre que estuvo encerrado en él. ... ¿Ha oído algo, en verdad?

Palabra del Dia

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