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Actualizado: 18 de octubre de 2025


Hay un cuartito que comunica con el salón de actos, desde donde se oye todo divinamente. A ese cuartito irán algunas personas que no gustan de mezclarse con el público, por razones dignas de respeto; por ejemplo: Escobar, el Aligator. ¿Cómo se iba a sentar él, con aquella ropa de pordiosero, al lado de las señoras? En suma: que usted viene con nosotros.

Otras muchas palabras continuó el rapaz , como Crenom de Dieu, sacrebleu!, exclamaciones que se dicen cuando uno esta rabioso, en vez de ¡Caracoles! ¡Canastos! Doña María se levantó de su asiento... y se volvió a sentar. ¡Cómo me querían aquellos demonios de franceses! Uno de ellos sabía español y hablaba a ratos conmigo.

Después de mascullar las buenas tardes se fué a sentar en el rincón de costumbre, perseguido por las miradas burlonas de las costureras, a quienes por ésta y otras razones, tenía declarado odio eterno. Después de pagarles aquella risueña acogida con otra mirada oblicua y feroz, guardó silencio por algunos minutos.

Algo tuvo que esperar el joven por haber muchos clientes, pero al fin llegó su turno y pasó al estudio ó bufete como se llama generalmente en Filipinas. Recibióle el abogado con una ligera tosecilla mirándole furtivamente á los piés; no se levantó ni se cuidó de hacerle sentar y siguió escribiendo. Isagani tuvo ocasion de observarle y estudiarle bien.

Volviéronse, con esto, a sentar a comer de los despojos que había dejado el enemigo, muy de espacio, y estando en los postreros lances de la comida, entraron algunos mozos de mulas en la venta, llamando al Güésped y pidiendo vino, y tras ellos, en el mismo carruaje, una compañía de representantes que pasaban de Córdoba a la Corte, con ganas de tomar un refresco en la venta.

Disgustáronse un poco al ver a la señora de Maurescamp sentar a su lado al capitán de cazadores, que era entre los convidados uno de los más jóvenes y de menos consideración; pero se iba al día siguiente y esa circunstancia explicó, en cierto modo, el excesivo honor que se le hacía.

El tenía veintitrés años y yo dieciocho, y muchas veces, cuando niños, habíamos jugado juntos, siendo entonces muy buenos amigos. Después, siete u ocho años antes de esto, él fue a terminar su educación en Francia e Inglaterra. Su padre me hizo sentar, preguntándome qué deseaba, y se lo dije.

Pues, sepa usted, mocito, lo que no sabe me dijo; y tomándome confidencialmente del brazo, me llevó a su cuarto, me hizo sentar y me refirió lo siguiente, después de haber encendido un cigarro habano: Don Eleazar de la Cueva, como usted sabe, trae revuelta la Bolsa desde hace tres meses.

Bonifacio se separó del grupo, y por el templo adelante se dirigió a la sacristía, en pos del sacerdote y sus acólitos. También aquello era solemne. Iba a dictar la inscripción del libro bautismal, a sentar la base del estado civil de su hijo. Mientras Minghetti, por divertirse, continuaba haciendo prodigios en el órgano, iba pensando Bonis por medio del templo: «¡Quién sabe!

Pues con perdon de esos grandes hombres, contestó mirándome mi mujer, y de las piedras que esos grandes hombres pisaron, te digo y te repito que estoy cansada, y que si no nos vamos á las Tullerías, me tendré que sentar en medio de esta acera.... Al decir esto, se paró como si quisiera dar más fuerza á su argumento, cuando oimos los agudos chillidos de un perro, que salia casi ardiendo de un portal de enfrente.

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