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Actualizado: 14 de junio de 2025
Iris de paz y ventura, Sueño de toda mi vida, Que naciste para mí Como el sol tras noche fria! ¡Ah! cuando tus bellos ojos Entreabriste adormecida Sentí que en esa mirada Me llenabas de delicias; Como el ciego que cobrando Loco de gozo la vista Quiere abrazar á la luz Pensando que lo acaricia.
»Cierto día, el aire era pesado y cálido, el calor sofocante; formábase en el mar una tempestad; estábamos sentados en el parque, y hacía algunos instantes que hablaba a Carlos, y que éste nada contestaba... Tomé su mano y sentí que abrasaba... »¡Tiene usted fiebre le dije; una fiebre ardiente!
¡Es claro, se muere! ¿Quién le ha dado esto? preguntó. ¡No sé, Octavio! Hace un rato sentí ruido... Seguramente lo fué a buscar a tu cuarto cuando no estabas... ¡Mamá, pobre mamá! cayó sollozando sobre el miserable brazo que pendía hasta el piso. Nébel la pulsó; el corazón no daba más, y la temperatura caía.
El caso es éste: María Elvira, si es que acaso no lo he dicho, tiene los ojos más admirables del mundo. Está bien que la primera noche yo no viera en su mirada sino el reflejo de mi propia ridiculez de remedio innocuo. La segunda noche sentí menos mi insuficiencia real.
Durante la travesía, que no fué de las más rápidas, recuerdo confusamente haber visto pasar ante mis ojos, bosques, claros, lagos y oasis de frescura, ocultos entre los valles; pero al aproximarme al castillo de Laroque, me sentí asaltado por mil pensamientos penosos que dejaban poco lugar á las preocupaciones del turista.
No os podéis figurar, amigos, la alegría y la tristeza que sentí al mismo tiempo. Los seguí como un tonto por más de una hora al través de las calles, y cuando acordé en mí tenía las mejillas bañadas de lágrimas. Un murmullo de aprobación corrió por el pórtico de la pequeña iglesia.
No se me había ocurrido aún que pudiera casarme con él, pero sí pensaba con gusto en que podía ser la dama por la cual ese caballero descendía a la arena. ¡Y si supiera qué placer de otro género, no experimentado aún, sentí cuando me envió aquella tarjeta en que se titulaba en broma: Proveedor de Su Gracia la Marquesita Florencia.
Sentí también remordimientos de conciencia, como si estuviera poniendo mis manos en el tesoro de un amigo, y me apresuré a dar un tajo a la conversación, llevando enseguida los restos de ella hacia la otra que ya estaba en la agonía por falta de materia o por sobra de cansancio entre los interlocutores.
Al atravesar un campo situado a la salida de la población, me dijo mi padre: «Este es el sitio donde se ajusticiaba a los reos de muerte». Sentí un temblor igual al que corrió por mi cuerpo cuando vi al hombre del cajón verde. ¡Dios mío, qué lejos estaba en aquel momento mi corazón de estas escenas de horror!
Bien es verdad que sentí que pasaba por la región del aire, y aun que tocaba a la del fuego; pero que pasásemos de allí no lo puedo creer, pues, estando la región del fuego entre el cielo de la luna y la última región del aire, no podíamos llegar al cielo donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin abrasarnos; y, pues no nos asuramos, o Sancho miente o Sancho sueña.
Palabra del Dia
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