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El visitante encuentra al señor X... discreteando amenamente con varios autores: allí están, sentados y formando semicírculo, D. Pedro y don Luis, dramaturgos de altísima y merecida reputación; el señor N..., crítico literario muy estimable; el señor O..., sainetero excelente, Pontífice Máximo de la Risa, y otros escritores de menor historia y cuantía.

Me paseaba bajo ella al caer las primeras sombras y me llamó la atención que delante de cada hotel, de cada bar-room, de cada puerta, un individuo sacaba una pequeña mesa de tijera, se instalaba ante ella, encendía un farol, arreglaba en un semicírculo artístico algunas docenas de pesos fuertes en plata, y comenzaba a batir con estruendo un enorme cuerno provisto de dados.

Al terminar ese tránsito se halla á la izquierda y contigua á la entrada del tercer patio la grande escalera, que en dos tramos componentes treinta y dos gradas, conduce á la galería y pabellón ó sala de SANTA ISABEL. La puerta de esta escalera concluye con un semicírculo cuyos rádios de madera forman una reja sencilla.

Estaba ahora en una plaza asfaltada, frente á la escalinata del Museo Oceanográfico. Por primera vez reparó en los adornos arquitectónicos del blanco edificio. Habían adoptado como motivo ornamental el manojo de retorcidas patas de los pulpos, el semicírculo estriado de las conchas, la sombrilla filamentosa de las medusas.

Era una avenida de laureles y cipreses, con bancos curvos de mármol, y teniendo por fondo una columnata en semicírculo. A me hubiese gustado plantar palmeras, muchas palmeras, de Africa, del Japón y del Brasil, como las que hay en los jardines del Casino. Pero el príncipe y don Atilio las aborrecen.

Era una de esas portadas enfáticas y señoriles, tan comunes en Avila de los Caballeros. Formaban el dintel inmensas dovelas de un solo trozo, abiertas en semicírculo y encuadradas por gótica moldura rectangular.

Cuando Pomerantzev hubo conseguido que todos los enfermos se sentasen en semicírculo, la señora de los cabellos sueltos propuso de repente que se jugase un rato al anillo, y no hubo ya tribunal posible. Media hora después, Pomerantzev y Petrov charlaban amistosamente, como si nada hubiera ocurrido: habían olvidado por completo su desavenencia.

Los viejos se alejan. Están a solas Apolonio y el confitero francés. Apolonio habla, con su acostumbrada prosopopeya. El confitero escucha, con su regocijo acostumbrado. Después de un rato de palique, el señor Colignon se encamina hacia el lugar en donde Belarmino ha permanecido sin moverse. El banco donde descansa Belarmino está emboscado en un macizo de laureles, al modo de muro en semicírculo.

Lo que no acertaban a determinar por su ignorancia del tamaño de la tierra era si habían llegado o habían pasado ya bajo el semicírculo imaginario que, completando el semicírculo que pasa por Lisboa y toca en los polos del mundo, le divide en dos partes iguales. Si esto hubiesen sabido, hubieran sabido también lo que por experiencia trataban de inquirir: la forma y el tamaño de nuestro planeta.

No había otra señora que la duquesa, que presidía en un sillón de alto respaldo, a manera de sitial. Los demás, a un lado y otro de la duquesa, formaban en semicírculo, fumaban y tomaban café, y bebían licores de unas mesitas colocadas a trechos. También la duquesa fumaba, y no un cigarrillo, sino un cigarro puro nada flaco.