Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 26 de octubre de 2025


El primogénito del segundón quiso tener una carrera, ser algo más que heredero de algunas caserías, unos cuantos foros y un palacio achacoso de goteras. Fue ingeniero militar. Se portó como un valiente; en muchas batallas demostró grandes conocimientos en el arte de Vauban, construyó duraderos y bien dispuestos fuertes en varias costas, y llegó pronto a coronel de ejército, comandante del cuerpo.

Mientras que el apacible D. José se quedaba en casa estudiando, ó iba al convento á ayudar á misa, ó empleaba su tiempo en otras tareas tranquilas, D. Fadrique solía escaparse y promover mil alborotos en el pueblo. Como segundón de la casa, D. Fadrique estaba condenado á vestirse de lo que se quedaba estrecho ó corto para su hermano, el cual, á su vez, solía vestirse de los desechos de su padre.

El segundón lanza su grito en medio del campo, como un gigante antiguo, desnudo y vencedor. A sus pies, con la cabeza abierta, muerden la yerba Sebastián de Xogas y Pedro Abuin. Los otros segundones casi sucumben bajo la acometida de todos los chalanes unidos. ¡Siete contra tres!... ¡Miserables! ¡Como si fuesen setenta! ¡Yo para uno solo! El mozo, siempre blandiendo su pica, va sobre Don Mauro.

Llamábase Pedro de Vivar, era segundón de una gran casa, vivía del juego el tiempo que no estaba borracho y hacíanle famoso en Madrid su cinismo y sus cuentos chocarreros, conociéndole todo el mundo por el nombre de Diógenes.

Pablillos le trajo el dinero de los genoveses, a quienes llevó los retratos con la primera lumbre del alba; pero después de referir los pormenores de la diligencia, le dijo: Debo comunicar también a vuesa merced, que, al cruzar la plazuela, topé con Pedro San Vicente, el segundón, quien parecía estarme esperando.

Don Bernardino de Cáceres era un segundón de una familia principal de Córdoba; gastaba más vanidad que doblones, y por razón de su vanidad andaba siempre perdonando vidas. Hacíalo con tal aplomo y se creía tan de buena fe valiente, que los demás acabaron por creerlo y por respetarle. Esto había acabado de hacer insoportable á don Bernardino.

¡Ah, señor! prosiguió el segundón la postre no os sabrá tan dulce como esperáis, ¡No! ¡No! gritó bruscamente, golpeando con el tacón en el suelo y dando dos alaridos que resonaron de trágica manera, semejantes a la voz de un demente. Una de sus calzas se desató, dejando desnuda su pierna muy blanca y vellosa.

Se santigua la vieja encubridora, y el tonsurado segundón se pone en pie, y avizora hacia la puerta que comunica con la casona, una puerta pequeña en la sombra húmeda del muro de piedra, que rezuma. Se oye el rechinar de la llave. Don Farruquiño se esconde en el rincón más oscuro, y espera. La puerta se abre, y una sombra se aparta para dejar paso al Caballero.

La hueste se arrecauda con una queja humilde: Pegada a los quicios inicia la retirada, se dispersa con un murmullo de cobardes oraciones. El Caballero interpone su figura resplandeciente de nobleza: Los ojos llenos de furias y demencias, y en el rostro la altivez de un rey y la palidez de un Cristo. Su mano abofetea la faz del segundón.

Al topar con el sacerdote levantó la mano derecha hacia atrás y la lumbre del candil hizo centellear, en el aire, su larga espada desnuda. El Señor de San Vicente meneó de un lado a otro la cabeza, con sonrisa agria, dolorosa. Entonces el segundón acercose al lacayo y pinchole el rostro con el acero. ¡Teneos, en nombre de Cristo! gritó reciamente el canónigo, asiéndole el brazo.

Palabra del Dia

limadas

Otros Mirando