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La perspectiva de que al empobrecer fuese aquel hombre más fácilmente suyo, el afán de mostrarle cariño, y lo mucho que don Juan se había arrimado a ella, la pusieron hermosísima. Tenía los ojos húmedos y brillantes, los labios secos y la tez muy pálida. Sus miradas variaban rápidamente de expresión; tan pronto parecían medrosas, como lucía en ellas la llamarada propia del deseo amoroso.

La falsa calma del hombretón, sus ojos secos agitados por nervioso parpadeo, la frente inclinada sobre su hijo, ofrecían una expresión aún más dolorosa que los lamentos de la madre. De pronto se fijó en que Batistet estaba junto á él. Le había seguido, alarmado por los gritos de su madre.

Mis sueños cuando apenas niño o adolescente, mis sueños cuando joven, ya lleno de vigor, fueron el verte un día, ¡joya del mar de Oriente! secos los ojos negros, alta la tersa frente, sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor.

Con el alba despertaron muchos sintiendo las angustias de una sed devoradora, y sus mujeres e hijos salieron a traer agua de los arroyos vecinos. ¡Poder de Dios! Los arroyos estaban secos. Hoy es Tintay una pobre aldea de sombrío aspecto, con trescientos cuarenta y cuatro vecinos, y sus alrededores son de escasa vegetación. El agua de sus arroyos es ligeramente salobre y malsana para los viajeros.

Montaba ella un animal muy ligero y lo manejaba de modo que decuplaba su velocidad. Apenas sentada, levantado todo el cuerpo para disminuir aún más el peso, sin un grito, sin un gesto, corría locamente como llevada por un pájaro. A mi vez hacía yo galopar a mi caballo a todo escape, inmóvil, secos los labios con la fijeza maquinal de un jockey en una carrera a fondo.

Los canales de Robledo habían llegado á las tierras de su propiedad, convirtiendo los ralos y secos pastos de la estancia en lozanas praderas de alfalfa, siempre húmedas y verdes. Su «hacienda» engordaba, multiplicándose prodigiosamente.

La poca energía de su alma la aplicó toda a entrar en casa con los ojos secos. Llegado el domingo, Tirso salió muy de mañana; Leocadia, después de disponer los desayunos, ayudó a levantar a su padre y, cuando tuvo que sentarle en la butaca, llamó a Pepe, que se estaba vistiendo para ir a ver a Paz. ¡Pepe, Pepe! gritaba desde la alcoba de don José ven, que sola no puedo poner a papá en el sillón.

De eso se trata; de hacerle hueco. Ya he tanteado el terreno. Esta mañana estuvo Juan Pablo a verme y le eché una chinita. Has de saber que anteayer me encontré a doña Lupe en la calle y le arrojé otra chinita. ¿Ellos saben...? preguntó la señora de Rubín con los labios muy secos. ¿Esto?... Creo que no. Quizás lo sospechen; pero oficialmente no saben nada.

24 Cuando el espíritu inmundo saliere del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Me volveré a mi casa de donde salí. 25 Y viniendo, la halla barrida y adornada. 28 Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.

Cuando Fernando se encontró solo abrió una mampara, y Elías, que estaba oculto, se presentó. La imagen del consejero áulico daba pavor. Estaba lívido; le temblaban los labios, secos por el calor de un aliento que sacaba del pecho el fuego de todos sus rencores.