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Actualizado: 18 de noviembre de 2025


Pero ¿a qué tales aspavientos, Gabriel? ¿No es eso un pedazo de palo? ¿A quién perjudicamos apoderándonos de sus joyas? ¿No roban los ricos y todos los que poseen algo? ¿Por qué no hemos de imitarles? No me asusta el robo, porque no creo en la propiedad ni en la santidad de las cosas; pero por esto mismo abomino de la apropiación particular y me opongo a ella. ¿Para qué queréis apoderaros de eso?

D. Luis de Guzman Ponce de Leon, Embaxador ordinario de la Magestad Catholica á la Santidad de Alexandro Pontifice Maximo, hizo en Roma por el Nacimiento de el Serenisimo y Altisimo Principe de las Españas Don Carlos Felipe de Austria. Escrita por Don Enrique de Sevilla. Roma, 1662.

Recordaba las preces aprendidas en su niñez, y se deleitaba con las formas de religión, por pura novelería. Pero esta santidad de capricho no sofocaba, ni mucho menos, su orgullo dentro de la Iglesia. Más que el sermón ampuloso, más que el brillo del altar, más que la poesía del templo y las imágenes expresivas, la cautivaba el señorío que iba por las tardes a la Casa de Dios.

"Tanto peor para vuestra salvación eterna," me dijo; y habló largamente de la gran estimación de Su Santidad por las virtudes del abad de Berguén y cómo en reconocimiento y recompensa de las mismas había resuelto el Papa conceder indulgencia plenaria á todo pecador que vistiese el hábito cisterciense y lo tuviese puesto el tiempo necesario para recitar los siete Salmos de David.

Y á pesar de todo, era un hecho real que á los ojos de las mismas personas que así hablaban, la letra escarlata producía un efecto parecido al de la cruz en el pecho de una monja, comunicando á la que la llevaba una especie de santidad, que le permitía atravesar con toda seguridad por en medio de cualquier clase de peligro. Si hubiera caído entre ladrones, la habría protegido.

Hace muchas noches que no cierro los ojos. ¿Pues qué tiene usted? preguntó Lázaro mirándola con mucha atención. Usted no está buena. Usted es una santa: pero la santidad con exceso es perjudicial, señora. Yo no soy santa dijo la dama: soy una pecadora. No diga usted eso, por Dios. Usted es una santa, ¡qué felicidad! ¡Tener tranquila la conciencia!

No finjo santidad ni hipocresía, Que soy pecador desconocido: Mas digo que en el tiempo que tenía La muerte al ojo, siendo muy sabido, Que de hambre morian cada dia, En la parte que arriba he referido, Tenia la conciencia tan medida, Cual nunca jamas tuve yo en mi vida.

Tras ella, Su Eminencia el cardenal llevó también mi mano a sus labios y me presentó una carta autógrafa de Su Santidad, ¡la primera y la última que he recibido de tan elevado personaje! Vino después el duque de Estrelsau.

Cartas auténticas de Monseñor Roberto, Obispo y Nuncio de Su Santidad en París, fecha 6 de febrero de 1612, acreditando que conoció bien á Antonio Pérez y le acordó permiso para tener oratorio en su casa, teniendo certeza de haberse servido de él hasta la última enfermedad.

Cuando se daba cuenta de haberse entregado a estos éxtasis humanos, seducida por las voces sordas de la Naturaleza, un espíritu de religiosa austeridad la hacía estremecerse, y su alma, poseída del afán del martirio y de la santidad, respondía con todas sus escasas fuerzas al reclamo implacable de aquel afán.

Palabra del Dia

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