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Actualizado: 15 de octubre de 2025


Eran vanos todos sus esfuerzos por salir de la monomanía de su existencia, por rejuvenecerse sacudiendo la vejez de ánimo. Se convencía con tristeza de que era imposible la repetición de la aventura. Pero se cansó pronto de aquellas relaciones.

Madrid íntimo, el Madrid de la alcoba, sale á luz en toda su desnudez, asomándose á todas las ventanas, sacudiendo su polvo en todos los balcones, y ámbas aceras quedan colgadas durante dos ó tres horas, como si fuese á pasar alguna procesion de caricaturas. Tal es Madrid por la mañana, en casi todas sus calles. ¿Quereis acompañarme al almuerzo? No vale la pena: es como en todas partes.

Mira otra vez el reloj. La una. Fué á esta misma hora dice sin preámbulo, saltando del pensamiento á la palabra para continuar un monólogo mudo . Hoy hace cuatro meses. Y mientras él sigue hablando, yo veo la noche obscura, el valle cubierto de nieve, las montañas blancas, de las que emergen hayas y pinos sacudiendo al viento las vedijas algodonadas de su ramaje.

Vamos, maese Marner, ¿no tenéis qué responder, a esto? dijo al fin el señor Macey con un tono lentamente impasible. ¡Ah! respondió Marner con lentitud, sacudiendo la cabeza entre las manos , os doy las gracias, os doy las gracias con todo corazón.

Fortunata quiso sobreponerse a aquel suplicio, y sacudiendo la despeinada cabeza, como para alejar y espantar una convicción que quería penetrar en ella, le dijo: «¿Qué historias me vienes a contar ahí?... Déjame en paz». Esto que te cuento no es un enredo; es verdad. Ese hombre está enamorado de otra mujer, y la conoces. Aprende, pues.

Al amanecer se quedó adormitada y rendida a la fatiga del insomnio; pero era tal la agitación de su espíritu que, sacudiendo de súbito aquella falsa soñolencia, se levantó, y sin llamar a nadie, se lavó y peinó, poniéndose en seguida el traje más sencillo de cuantos tenía.

El millonario era á modo de un poeta del capital, y sacudiendo su ensimismamiento, rompió en un himno á aquella fuerza casi sagrada, puesta en manos de contadísimos iniciados. Cierto, que el trabajo, que era un auxiliar indispensable, sufría crisis y miserias, ¿pero por esto había que renegar del progreso, legítimo hijo del capitalismo industrial?

¡Oh! ¡No, señor! exclamó toda turbada la joven, poniéndose roja. El señor coadjutor no tiene aspiración ninguna. Está tan contento con el cargo como sin él. Nada sabe ni nada quiero que sepa... He sido yo quien por el odio que me inspira la injusticia me atreví a dar este paso... acaso imprudentemente... ¡Sin acaso! ¡Sin acaso! murmuró el prelado, sacudiendo la cabeza.

Flora y Demetria tomaron riendo los cucuruchos que les ofrecía el capitán y le dieron las gracias. D. Félix las contempló un instante con admiración y exclamó sacudiendo la cabeza: ¡Qué hermosas sois, hijas mías! ¡qué hermosas sois! ¡Quién se volviera á los veinte años! Las doncellas se ruborizaron.

De esto no hablé a mi tío; pero al mozallón, y por hablar de algo, subiendo los dos solos una vez al «Prao-Concejo». ¡Jorria! me contestó trepando delante de , sin detenerse un punto ni volver la cara, pero sacudiendo al aire su mano derecha. No me sacó de dudas la respuesta, y le pedí otra más terminante.

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