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Actualizado: 24 de junio de 2025
No era su aspecto el de una novia, y por su actitud natural, casi distraída, en medio de las caras solemnes, parecía moverse en otra atmósfera. Difundía una gracia singular. Sus primas se ruborizaron, humilladas por su belleza y su serenidad. Charito fue hacia ellas, y en voz baja, cuchicheando: ¿Han visto? Se cumple hoy lo que yo siempre anuncié. Adriana nunca quiso a otro.
Flora y Demetria tomaron riendo los cucuruchos que les ofrecía el capitán y le dieron las gracias. D. Félix las contempló un instante con admiración y exclamó sacudiendo la cabeza: ¡Qué hermosas sois, hijas mías! ¡qué hermosas sois! ¡Quién se volviera á los veinte años! Las doncellas se ruborizaron.
Obdulia, ¡cálmese usted... ¡Cálmese usted! ¡Cálmese usted, por Dios! ¡Levántese usted!... ¡Levántese usted, por Dios!... Su faz blanca, nacarada, estaba cubierta de vivo rubor. Un soplo de emoción delicada y mística corrió por toda la tertulia. Algunas jóvenes también se ruborizaron. Los clérigos se miraron unos a otros.
Naturalmente, bajo el poder de esta mirada investigadora, las niñas del comercio se ruborizaron y los jóvenes dependientes no sabían dónde poner los pies ni las manos, sobre todo las manos. ¿No viene Juanito? preguntó no se sabe quién. ¡Oh, Juanito!
Naturalmente, las jóvenes, al escuchar tan favorable sentencia, temblaron de gozo, se ruborizaron hasta las orejas y la guardaron en el fondo de su corazón como recuerdo de aquella dichosa tarde. Juanito estaba dotado de mil preciosas cualidades que saltaban a la vista; pero la que realmente le caracterizaba era la languidez. Imposible imaginarse nada más lánguido que este glorioso joven.
Palabra del Dia
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