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Actualizado: 15 de octubre de 2025


¿Para qué continuar esta farsa? preguntó con suma indiferencia, sacudiendo con su latiguillo el polvo que cubría sus altas botas. Porque la farsa no ha terminado todavía repliqué; y mientras dure me reservo el derecho de usar el nombre que mejor me cuadre. Corriente. Lo único que me proponía hacer era hablarle con entera franqueza. Porque no le quiero a usted mal, es usted todo un hombre.

Y Mariskoff repitió, sacudiendo la ceniza de la pipa: ¡Ese es su hombre, Teodoro! ¡Mi hombre! murmuré sombríamente. ¡Era tal vez «mi hombre», ! Mas no me seducía ir a buscar su familia, en la monotonía de una caravana, por aquellos desolados rincones de la China. Además, desde mi llegada a Pekín, no había vuelto a ver la sombra odiosa de Ti-Chin-Fú y su cometa en forma de papagayo.

Doña Pepa había muerto, y Labarta, sacudiendo la modorra lacrimosa de su abatimiento, la despedía con un largo cántico. Ulises pasó los ojos por el recorte de periódico que iba dentro de la carta conteniendo los últimos versos del poeta. Eran versos en castellano. ¡Malo!... Después de esto, resultaba indudable su próximo fin. No tuvo ocasión de verle otra vez: murió estando él de viaje.

Díjose luego que, desde una ventana del hotelito escondido, había él presenciado la escena, con las manos a la cabeza, sacudiendo la cabezota, dejando oír su risita de cazurro, de paleto empingorotado. ¡Ju, ju, ju, ju!...

Catalina, sacudiendo altivamente la cabeza, echose sobre el hombro su abundosa cabellera de azabache, dejó caer una punta del cubrecama a manera de túnica vestal, y avanzó hacia Carolina a trágicas y exageradas zancadas.

Yo no soy un potentado, pero tengo fortuna regular, que es mía ya, sin esperar a que se muera nadie.... Puedo proporcionarla las mismas comodidades que tiene en su casa y el mismo lujo ... mayor lujo añadió sacudiendo la cabeza con plausible resolución .Luego, tengo por delante una carrera política. ¿Sabe ella si el día menos pensado no seré subsecretario o director?

Pocas veces tenía necesidad de reprenderla, pero cuando lo hacía, Nuncita bajaba la cabeza y al poco rato se la veía llevarse el pañuelo a los ojos y salir de la sala, mientras Carmelita seguía sus movimientos con mirada fija, sacudiendo al mismo tiempo la cabeza severamente. Poco faltaba para que la castigase dejándola sin postre o mandándola a la cama.

Es que D.ª Robustiana está llorando y dice que su marido no va á Langreo, sino á Bimenes en busca de una viuda que se llama Celedonia manifestó con graciosa entereza la chica. D. Félix abrió los ojos sorprendido y al instante brilló en ellos una sonrisa maliciosa. ¡Este Regalado! exclamó sacudiendo la cabeza con amable condescendencia.

Mientras duró la comida no dejó de reirse a su costa con aquella ruidosa y cordial alegría que le caracterizaba. ¿Vuestra majestad no quiere un poco de chorizo? decía dirigiéndose a su esposa. Y luego, regocijado por su frase, soltaba una larga y sonora carcajada, como las que debían lanzar los reyes bárbaros en sus festines, sacudiendo su enorme tórax con temerosas convulsiones.

Temblaron las puertas, oyose el estrépito de las ventanas al cerrarse con violencia, y aullaron los mastines lúgubremente, tirando de sus cadenas, como si con su mirada de bestias viesen a la tempestad entrar por el portalón sacudiendo su capa de agua y relampagueándola los ojos.

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