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Actualizado: 1 de noviembre de 2025
No obstante, concluyó por ceder a los ruegos de ambas. ¡Era tan natural que no quisieran separarse! Pueden ustedes tener independencia. Yo me encargo de ello. Hay una sala grande, la sala amarilla... ya sabes, Cecilia... Tiene una alcoba espaciosa... Sólo falta el despacho para Gonzalo; pero ya he pensado en eso.
Á todos sus ruegos y razones respondía cada vez con mayor energía: «¡no quiero! ¡no quiero!» El mismo capitán fué desairado. Perdóneme usted, D. Félix le respondió con resolución la altiva zagala. Todo cuanto usted me mande lo haré menos eso. ¡Dejarla! ¡dejarla! exclamó Jacinto con voz alterada. No la molestéis más. Ya no quiero esa prenda de sus manos. Que me la entregue quien no me desprecie.
Pero de pronto recordaba sus preocupaciones, y seguía adelante para dirigir sus ruegos á Dios. ¡Ay, que se acordase de ella! ¡Que no olvidase á su lujo por mucho tiempo!... Fué la gloria la que se acordó de Julio, estrechándolo en sus brazos de luz. Se vió repentinamente con todos los honores y ventajas de la celebridad. La fama sorprende cautelosamente por los caminos más tortuosos é ignorados.
Marcela ruega de nuevo al Salvador que no deje impune al delincuente que la ha deshonrado, y, según parece, sus ruegos han de ser cumplidos.
Había, no obstante, en sus ruegos un tinte de frialdad que dejaba traslucir, para el espíritu penetrante de una mujer, el sordo disgusto y la tristeza que en el fondo del alma sentía. Alzóse del diván; bajó el velo del sombrero. Pepe aún insistía por mostrarse galante y desagraviarla.
La situación llegó a ser insostenible: doña Manuela oía sin chistar los ruegos, súplicas y amenazas de su hijo, sin que de sus labios brotaran respuesta dura o frase desapacible, mas tampoco promesa de enmienda. Leocadia alardeaba de rebelde con tal descaro, que su hermano empezó a comprender que la lucha era inútil.
Se pasaba la vida en la calle del Circo, y sufría un verdadero martirio. Derrochaba todos los días tanta elocuencia y pasión, tantos razonamientos y ruegos, tanta verdadera y falsa lógica como J. J. Rousseau en La Nueva Eloísa; todas las noches lo ponían a la puerta con buenas palabras.
Es inútil cuanto hablemos: mi destino está marcado para siempre al lado del otro. Desnoyers volvió á entregarse al desaliento, adivinando la ineficacia de ruegos y protestas. ¡Ah, cómo le amas!... ¡Cómo me engañaste! Ella, como suprema explicación, volvió á repetir lo dicho al principio de la entrevista. Amaba á Julio... y amaba á su marido. Eran amores distintos.
Su amor había sido despreciado, sus ruegos desoídos, su fe ofendida; la obra de destrucción había continuado más activa que antes, y ella, que había querido impedirla, se consideraba su cómplice. Entonces había reconocido, demasiado tarde, que el camino en que avanzaba debía tener fatalmente una sola salida: persuadida de que su engaño no merecía perdón, había pensado en la muerte.
Tratamos de averiguar la causa, y después de mil ruegos, hasta del señor Obispo que le quería mucho, pudimos arrancarle estas palabras: «Señores, tenemos comediantes en la ciudad»; palabras que hicieron en la tertulia una impresión desagradabilísima, porque faltaban diez y siete días para la cuaresma, y el pueblo, con la guerra y con las ideas locas que se iban apoderando de la gente, más que comedias necesitaba sermones.
Palabra del Dia
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